Somos Suicidas
Roberto Cardozo
Y Aquí Empieza el Abismo
EL 10 de septiembre es el día mundial para la prevención del suicidio, basado en las cifras, alarmantes en algunos países, que tiene la OMS y que aumentan de manera considerable año con año. Nuestro estado, Yucatán, se encuentra dentro de los primeros lugares a nivel nacional en cuanto a las tasas de suicidio más elevadas, aunque distamos bastante de las tasas mundiales, muy por debajo de países como Rusia, quienes tienen una tasa cercana a los 100 casos por cada 100 000 personas.
Claro, esto no le resta importancia al asunto, toda vez que un suicida refleja en parte una sociedad que tiene un resquicio social que podría convertirse en el hilo que deshaga la madeja. Toda muerte que rompa con el esquema que pensamos natural en el ciclo de la vida, nos conmocionará de tal manera que busquemos siempre soluciones que nos permitan mantener este orden que conocemos y que nos da la tranquilidad, observando la vida desde nuestra zona de confort. En este sentido, se llevan a cabo campañas y actividades encaminadas a prevenir acciones fatales como el suicidio, con el pretexto de salvar una vida. Digo pretexto, porque si nos ponemos a analizar cada caso, en ocasiones encontraremos que realmente la persona suicida no tiene más razones ni fuerzas para seguir enfrentando la vida tal como se le presenta en ese momento crucial.
Todos estamos expuestos en esta vida tan violenta y tan deshumanizada, aunque intentemos pensar lo contrario, que con regularidad nos enfrentaremos a situaciones que signifiquen puntos de quiebre; la diferencia será nuestro comportamiento ante estas dificultades, la capacidad de resistencia y resiliencia.
En un mundo violento, los seres humanos vamos tomando consciencia de la vida y, por ende, de la muerte, que en un principio es una utopía basada en las creencias místicas y religiosas, para pasar a ser una realidad palpable y terminar por ser una necesidad urgente, cuando, formados en una sociedad que exalta la normalidad, nos descubrimos anormales en todos los sentidos de la palabra. Desde no encajar en la sociedad, ser débiles ante otros, o viejos sin nada que aportar a la misma sociedad; a partir de ahí, nos situamos frente a un panorama que nos violentará cada día más, hasta que tengamos consciencia plena de nuestro existir.
Los seres humanos no somos buenos ni malos por naturaleza, nuestra naturaleza es satisfacer las necesidades de supervivencia, pero nos vemos influenciados y educados por un entorno que nos obliga a una felicidad que probablemente nunca encontremos, o nos establece estándares y metas difíciles de conseguir, como es una familia estable, propiedades materiales e inmuebles, por lo que terminamos basando nuestro sentido de vida en estas premisas y en consecuencia, nuestra felicidad se ve amenazada cuando no logramos estas metas establecidas a la fuerza.
Esto hace que el acto del suicidio se presente como un acto supremo de rebeldía o de tomar el control de nosotros mismos, llevado a un extremo fatal. Por lo tanto, si deseamos que estos niveles se vean reducidos, antes de andar publicando en nuestras redes sociales que estamos dispuestos a platicar, se hace urgente replantear las condiciones en las que tenemos que desenvolvernos como individuos o, mejor aún, aprender y enseñar a vivir con una consciencia más allá de lo gregario y del compromiso de alimentar al gran monstruo devorador de almas que es la sociedad, a la que no le importamos en lo mínimo.
Se tiene que romper con la violencia en todos los sentidos, a la vez que debemos dotar a las personas de estas herramientas que le permitan resistir y trascender a las condiciones, en muchas ocasiones indignas, que a veces nos tocan vivir.
Schopenhauer decía que debemos tener especial atención en el hecho de que el individuo, perdido en la inmensidad del mundo, sabiéndose empequeñecido hasta la nada, se considere, no obstante, el centro del universo y no se preocupe más que de su conservación y de su bienestar, y que desde el punto de vista natural esté dispuesto a sacrificar todo lo que no es él, siendo capaz de destruir el mundo entero, sólo por prolongar un instante su propia persona, que es como una gota de agua en el mar. Justo lo que observo en el suicida, un individuo en una lucha por rescatar un instante de su propia persona, un momento de lucidez existencial, cuando el sufrimiento es mayor al temor natural que adquirimos hacia la muerte cuando desarrollamos nuestra consciencia.
El suicidio es un tema del que hay que hablar de frente, del que probablemente escuchemos ideas que no nos agraden, pero que tenemos que entender como parte de acciones sociales que resultan de la interacción entre las personas. Hay que entender que no basta con ofrecer una plática y un café, cuando una persona no puede romper con un mundo cruel que ya no se disfruta y que ya no es el mundo en el que uno desea vivir, no solo vivir, vivir feliz.
Leo de nuevo un poema de Bertolt Brecht y recuerdo que algún día, ante el llamado de la naturaleza, me uniré de nuevo a ella como el mito de Empédocles, dejando a ustedes una sandalia de cuero, palpable, usada, terrena.