Editorial

De lo Bueno, Poco – A Través de la Pluma

De lo Bueno, Poco

Por Miguel Miranda (Malix Editores)

A Través de la Pluma

 

Gabriel García Márquez inició su camino en la literatura escribiendo cuentos. La tercera resignación fue el primero, publicado en el diario “El Espectador” en 1947, cuando contaba apenas con veinte años.

Durante su vida como escritor, Gabo publicó cuatro libros de cuentos: Los funerales de  Mamá Grande (1962), La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972), Ojos de perro azul (1972, recopilación de sus primeros cuentos) y Doce cuentos peregrinos (1992). En todos ellos, usted podrá encontrar relatos donde, si bien el realismo mágico es una constante (en unos más, en otros menos) todos ellos son medianamente largos, es decir, el más pequeño es de cuatro o cinco páginas.

Sin embargo, el escritor de Aracataca dejó por ahí muchos textos, artículos, escritos y algunos microcuentos que si bien fueron alguna vez publicados en periódicos y revistas del mundo, poco a poco aparecen en la red, tal es el caso de este minicuento:

 

El cuento del gallo capón

Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños, recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego infinito en que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no había pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y nadie podía irse, porque el narrador decía que no les había pedido que se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches enteras.

            Lo curioso es que el cuento del gallo capón es un cuento popular entre los habitantes de la Costa Caribe colombiana. Muy probablemete a García Márquez se lo contó su abuela en una de esas noches y él, con la maestría de su pluma, lo incluiría —muchos años después, frente a su máquina de escribir— en el capítulo tercero de Cien años de Soledad. Leído por separado, descontextualizado de la novela, el cuento es un chascarrillo; un juego para molestar a los niños o a los desesperados por el aburrimiento o el imsomnio. Por eso es que cuando a Luisa Santiaga Márquez, la madre de Gabriel, le preguntaron si había leído Cien años de soledad, su respuesta fue: «Para qué, si yo lo he vivido». (VÁSQUEZ, Juan Gabriel. Los García Márquez. Arango Editores, Santafé de Bogotá, 1996, 287 págs.).

            El escritor colombiano era también un rebuscador de ideas literarias, prueba de ello el siguiente microrrelato que bien podría ser una novela entera:

 

La muerte en Samarra

El criado llega aterrorizado a casa de su amo.

—Señor —dice— he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho una señal de amenaza.

El amo le da un caballo y dinero, y le dice:

—Huye a Samarra.

El criado huye. Esa tarde, temprano, el señor se encuentra a la Muerte en el mercado.

—Esta mañana le hiciste a mi criado una señal de amenaza —dice.

—No era de amenaza —responde la Muerte— sino de sorpresa. Porque lo veía ahí, tan lejos de Samarra, y esta misma tarde tengo que recogerlo allá.

(Cómo se cuenta un cuento, Taller de guión. Bogotá, Voluntad, 1995).

 

           La autoría del cuento en realidad es de Yalal ad-Din Muhammad Rumí, un célebre poeta místico (y sufi) que vivió entre 1207 y 1273 en persia, actual Afganistán. Su minicuento se llama Salomón y Azrael. Sin embargo, Jean Cocteau (1889-1963) le mete mano a la obra original de Rumí y la nombra “El gesto de la muerte”. No se puede decir que Cocteau y García Márquez plagiaron a Rumí, simplemente reescribieron sus versiones con su propio ouput cultural.

            En La muerte en Samarra, García Márquez hace un guiño a la literatura, no solo a Rumí y a Cocteau; pasa por Shakespeare y Cervantes, Molliere e Ibsen, y reinterpreta lo que él mismo llamaría, la bendita manía de contar.

 

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