El arte de la improvisación
Mariel Turrent
A Través de la Pluma
El pueblo sabe expresar con simplicidad en arte las cosas profundas. Hay también los intelectuales que, en un revoltijo complicado, no logran expresar más que ideas profundamente vacías.
Bertolt Brecht
Mientras discutía con un grupo de jóvenes, en una de sus jornadas teatrales, Darío Fo sufrió la agresión más grande de la que dice haber sido víctima. Hablaban sobre la manera en que se puede provocar al público dentro de una obra teatral para arrancarlo de su pasiva escucha. Entonces, una joven se levantó y diciendo una serie de injurias, acusó al grupo de utilizar de manera puramente mecánica la interpelación directa al público; este género de provocaciones, dijo ella, quedan fuera de la obra de teatro verdadera y así mencionó una serie de ejemplos donde, a su parecer utilizan la técnica de los prestidigitadores que quieren preparar sin ser vistos su próximo truco. Para Darío Fo, esto fue una verdadera agresión. Pero gracias a este incidente, el autor presenta el caso de Franca Rame para contestar la pregunta de aquella insolente.
Franca Rame es una hija del espectáculo. Comienza a hacer teatro a los ocho días de nacida en los brazos de su madre, hacía el papel de la hija de Genoveva de Barbant —imagino que no decía gran cosa—.
Por casualidad, más tarde, cuando todavía era una niña, comenzó a participar en otros textos clásicos de Shakespeare. Su actuación venía de una práctica natural fundada en modelos simples. El teatro no le imponía búsquedas de estilo. Había aprendido a moverse y a hablar en escena.
Casi sin darse cuenta, aprendió los personajes al escucharlos, noche tras noche, en boca de su madre y hermanas. Actuar era para ellos tan normal como caminar o respirar.
Después, al pertenecer ya al grupo de teatro de compañías importantes, se pudo constatar que tenía un estilo más puro y eficaz que aquel de los actores de renombre con una cadencia naturalista que canturreaban. «Éramos farsantes dotados para la comunicación», decía Rame. “Ni una palabra se estrellaba en el escenario, todo se proyectaba al público».
En sus comienzos en el teatro oficial, tenía vergüenza de su tendencia constante a la improvisación. Habían logrado persuadirla de que esta era una manera inculta y un tanto grosera, pero mucho más tarde descubrió que era un atributo del teatro popular. Experimentó una gran admiración y afecto por Bertolt Bretch, pero aun, con la experiencia que tenía, no sabía nada de la provocación directa. No formaba parte de su teatro. Evidentemente, ellos eran espontáneamente épicos, montaban personajes en lugar de identificarse con ellos. «Sólo mi padre, que era el capo cómico, sabía dirigirse directamente al público, entretenerlo, provocarlo con sus prólogos, pero nunca lo hacía en la representación. Nosotras, las mujeres de la compañía, actuábamos, nos ocupábamos del vestuario, de la caja, ayudábamos a montar el material del espectáculo, ocasionalmente nos dedicábamos a la casa y hacíamos la comida. Pero en escena, nunca osábamos dialogar con el público». Franca Rame por lo tanto, siguió asumiendo el papel de la actriz que no se involucra en la provocación y en el diálogo directo, incluso cuando después junto con Darío Fo formaron su propia compañía teatral.
No fue sino hasta el momento en que decidieron dejar el círculo oficial, que Franca Rame aprendió a entretener al público y a dirigirse directamente a él. El paso no fue fácil. Interactuar con el público para alguien que nunca lo ha hecho, resulta penoso. Aprender a dirigirse directamente a la gente, verlos cara a cara, dialogar con ellos, es mucho más difícil que hacer un monólogo.
Y he aquí donde encuentra la respuesta la joven que preguntó qué sentido tiene el dialogar con el público. Todo depende de la manera en que se haga. Podemos hacerlo no importa cómo, o con invención y estilo. Que se trate de un truco de prestidigitador para distraer al público mientras se prepara la escena con efecto, y que ese truco esté enteramente desprovisto de significación, es totalmente falso.