Editorial

Sobre el Insomnio y Otros Amigos – A Través de la Pluma

Sobre el Insomnio y Otros Amigos

Mariel Turrent

A Través de la Pluma

 

 Todas mis divagaciones encuentran su origen en este drama: alrededor de mis veinte años, perdí el sueño.

Emile Cioran

                                                                                                                 

 

Es difícil que yo pierda el sueño, pero cuando sucede, lejos de lamentarme, pienso en Cioran, y en todo lo que este desvelo puede aportar a mi sedentaria noche.

Me encanta la manera en la que Sergio Ordoñez —miembro del Taller Malix que cocoordino— plasma en un cuento cómo las personas hacemos de afamados personajes a los que admiramos, nuestros amigos íntimos y convivimos con ellos y dialogamos con ellos y coexistimos con ellos. Así que les contaré, a la manera de Sergio, cómo es que conocí yo a mi amigo Cioran.

Hace más de veinte años, vivía yo en Ginebra, ciudad para mí extremadamente silenciosa, no solo porque los ginebrinos me parecían personas de pocos colores y tonadas fúnebres, sino porque yo misma vivía en una especie de aislamiento en el que mi principal contacto con las personas de habla hispana era epistolar. Así iban y venían correos electrónicos —afortunadamente ya existían, aunque de manera incipiente— con mis paisanos literatos llenos de recomendaciones de autores que se convirtieron en mis compañeros durante aquel año —eso sí, Ginebra tiene un sinfín de librerías y bibliotecas en las que uno encuentra todo lo que siempre quiso leer y más—.

Mis amistades, cosa rara, fueron casi todos rumanos. La única amiga que hice de carne y hueso, se llamaba Maya, una rumana regordeta y chapeada, que fungía como recepcionista en el hostal en el que me hospedaba. Mi otro amigo fue Eliade, quien amaba inspirar a sus discípulos, y vaya que me inspiró, me volví una elocuente divulgadora de sus teorías y me apropié la idea del eterno retorno. Pero mi amistad fue más profunda con su paisano Emile Cioran. Aunque Eliade y Ciorán vivieron vidas paralelas, a uno lo adopté como profesor y a este último lo hice mi amigo. Me fascinaba su anonimato —casi nadie lo conocía, y él mismo decía, cuando hablaba de Borges, que su peor castigo fue, como el de cualquier escritor, no haber logrado permanecer en la sombra—: él y yo nos manteníamos en la sombra. Deambulábamos juntos por los parques grises, fríos y silenciosos de aquella ciudad como dos fantasmas y en estos paseos me decía que para él no había mejor cura para la desesperanza que dar un paseo por Montparnasse, ahí, decía, todos los males parecen llevaderos: “Un paseo por el cementerio, es una lección de sabiduría prácticamente automática. ¿Qué se le puede decir a alguien que sufre una profunda desesperanza? La única manera de soportar ese vacío es estar consciente de la nada, así, todo guarda sus proporciones normales y no las proporciones dementes que caracterizan la exageración de la desesperanza”.  Me encantaba su fatalismo entusiasta, esa manera drástica de ver las cosas y lejos de entristecerme me alentaba. A partir de ese momento me empezó a gustar la soledad, el silencio sepulcral de mi vida suiza y los cementerios. Esos lugares de jardines y veredas, que en cada lápida cuentan una historia. Cuando uno se atraviesa en mi camino, procuro recorrer sus veredas, leer los epitafios, dimensionar el suspiro que fue su vida.

Pero como pasan los años y yo dejé atrás aquella vida de fantasma, de regreso en el colorido Caribe mexicano mis pláticas con Cioran fueron cada vez más espaciadas. Sin embargo, como a todos mis entrañables amigos, lo he mantenido en mi librero y en el alma, ambos espacios atemporales que nos mantienen unidos hasta el día de hoy que me he vuelto a encontrar con él.

Resulta que buscando un libro de Fernando Savater —que me recomendó otro querido amigo y que, por cierto, no he encontrado—, me topé con una tesis que Savater escribió en su juventud sobre su amigo Emile. Se trata de Todo mi Cioran, y ha sido el perfecto reencuentro, una tertulia deliciosa en la que no solo he contactado nuevamente con mi amigo, sino que me he hecho de uno más.

En las noches de insomnio, lejos de lamentarme, acudo a ellos y la paso genial.

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