Editorial

Crónicas del Olvido, Un Venezolano de las Ciencias y las Artes – ARÍSTIDES ROJAS, UN APASIONADO DEL CONOCIMIENTO

Crónicas del Olvido

Un Venezolano de las Ciencias y las Artes

ARÍSTIDES ROJAS, UN APASIONADO DEL CONOCIMIENTO

Alberto Hernández

 

Científico, humanista, indagador de secretos, buscador de tesoros culturales, coleccionista del pasado, don Arístides Rojas fue uno de los padres del famoso Almanaque que aún se nombra junto con las pastillas Ross en tertulias y añoranzas.

El 5 de noviembre de 1826 nació en Caracas Arístides Rojas. Erudito, indagador de todos los asuntos que consideraba de interés y utilidad para el país, este hombre de aquella Venezuela ha quedado sellado en las páginas de nuestras ciencias e historia.

A 184 años de su venida al mundo, en la Caracas de los techos rojos, el nombre Arístides Rojas, años después, adquiere renombre en los predios universitarios y académicos. Graduado de médico en la Universidad Central de Venezuela a los 26 años, ejerce la carrera en Escuque y Betijoque. Posteriormente se regresa a la capital donde su afán investigador lo conduce a Estados Unidos y Europa y vive unos años en Puerto Rico donde dejó sembrado su nombre.

Escritor, erudito, investigador de la historia, la naturaleza y la literatura, Arístides Rojas fue mucho más allá, se sumergió en el mundo de la cultura de la cual elaboró teorías y enarboló tesis que aún nos tocan de cerca. Escribió y publicó relevantes páginas sobre geología, estadística, crónicas sociales. Su bibliografía ha encontrado en investigadores y académicos espacio para continuar los estudios varios que realizó sobre los muchos temas que tocó con su sapiencia.

La Biblioteca Ayacucho acaba de poner en circulación el tomo “Orígenes Venezolanos (historia, tradiciones, crónicas y leyendas), selección, prólogo y cronología del escritor merideño y académico de la Universidad de los Andes, Gregory Zambrano.

En efecto, el profesor Zambrano escribió en una publicación de la mencionada universidad acerca del personaje: “La historiografía venezolana debe a don Arístides Rojas (1826-1894) su reconocimiento como pionero. Una serie de ciencias nuevas y de orientaciones también inéditas en el tratamiento de las ya existentes, lo ubican como un obsecuente revelador de secretos. Por ello, sus aportes a la sismología, la arqueología y el folklore, a la heráldica y la numismática, se suman a su interés por la espeleología y, de manera mucho más palpable, a la antropología, la historia y a una ciencia que como tal era novedosa, la lingüística”.

Una obra, un aporte relevante

La biblioteca de Arístides Rojas enorgullece a Venezuela. Sus aportes se hicieron títulos que aún son motivo de estudio de quienes bucean en nuestro pasado. Entre sus publicaciones están “Un libro en prosa”, “Leyendas y tradiciones venezolanas”, “El rayo azul en la naturaleza y en la historia”, “Orígenes venezolanos”, “Leyendas históricas venezolanas”. Un artículo sobre espeleología resalta por su manera de abordarlo, por su curioso perfil: “La Cueva del Guácharo”, aparecida en la revista Tertulia en 1875. Innumerables trabajos fueron publicados en periódicos y otras publicaciones. El afán periodístico de Rojas lo llevó a hacerse colaborador de espacios científicos, culturales y de investigación tanto en Venezuela como fuera de ella. un periodista cuya honestidad ha dejado marca indeleble en quien ha sabido de su batallar. Considerado padre de la investigación científica y de la historia en nuestro país, también estudió Filosofía en la UCV. Coleccionista de objetos indígenas.

El almanaque Rojas Hermanos

En 1838, el padre de Arístides Rojas funda el famoso Almanaque de Rojas Hermanos, que aún se consigue en ventas públicas y callejeras. A la muerte de éste, el hijo se encarga de continuar con la obra. En ese almanaque el investigador y curiosos hombre de ciencia vierte una gran cantidad de datos que vana aparejadas con otros conocimientos, razón por la cual el pueblo venezolano se identificó plenamente con él, precisamente porque se trataba de un calendario donde la gente aprendía.

Académico, hombre de muchas miradas

Divulgador científico, su nombra se hizo familiar en muchas organizaciones. Fue miembro fundador de la Sociedad de las Ciencias Físicas y Naturales de Venezuela, miembro honorario de la Academia de bellas letras de Santiago de Chile y miembro de la Academia de las Ciencias Físicas y Naturales de Cuba.

Logró actualizar la “Geografía de Venezuela” escrita por Agustín Codazzi y convertirla, gracias a su adaptación, en un producto para niños. Fue el fundador de la Sociedad Bibliográfica Americana.

Organizó, junto con el doctor Adolfo Ernst, en 1892, el pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de Chicago, donde sus trabajos fueron conocidos, sí como parte de su colección de objetos indígenas.

Un venezolano apasionado del conocimiento. Pleno de luces, dejó un legado de importancia capital. Sus trabajos han servido para darle base a los estudios de diversos temas científicos y humanísticos. Un hombre cabal, entregado a servir, a dar su talento a favor de un país que hoy necesita más de sus aportes, de los aportes de hombres como él.

Dejamos a los lectores un fragmento de “La Cueva del Guácharo”, con la curiosa grafía de aquellos tiempos:

“He aquí un tema inagotable; la descripción de esta maravilla de Venezuela, célebre desde el día, en que ahora setenta y seis años, la visitó aquel Humboldt que ha dejado su nombre en ambos mundos, por donde quiera que su jenio interpretó los fenómenos de la Creación. He aquí un tema para el naturalista, y para el viajero, y para el jeólogo, y para el pintor, y para el hombre de la naturaleza, y para el hombre de la historia, porque en la Cueva del Guácharo no es solo la armonía plástica lo que cautiva, sino también la vida en su múltiple belleza, la tradición en sus oríjenes, el mito que hermosea con sus luces indecisas los recuerdos del pasado.

Pero, al enviar á los Redactores de LA TERTULIA la más bella y completa descripcion que hasta hoi se ha publicado de la célebre caverna, rindamos un homenaje al jeógrafo de Venezuela, que la exploró de una manera notable en 1835, y saludemos al mismo tiempo, esa memoria de Humboldt, el primero que dió a conocer al mundo de las ciencias esta maravilla del Continente americano, situada en la rejion oriental de Venezuela.- Unas líneas, por lo tanto, sobre el gran Humboldt, lijeras reminiscencias históricas que sirven de apéndice al trabajo de Codazzi, ¿no serian para el rector que desea conocer la gruta, como esos tenues rayos de la luz del dia, que acompañan al viajero hasta cierta distancia, en que armado con la tea encendida penetra con seguridad en las salas májícas del palacio subterráneo?

Cuentan que en los primitivos dias de la conquista castellana, los primeros misioneros que se establecieron en las cercanías de la Cueva del Guácharo, tuvieron que refujiarse en esta, huyendo de los caciques chaimas, que los perseguian; y que allí, en medio de las tinieblas, celebraron los misterios de la relijion de Cristo, hasta que triunfantes las armas castellanas, se entregaron libres y contentos al desempeño de su misión evanjélica. Y refiérese también que en la mitolojía de los chaimas la Cueva del Guácharo era la mansión de las almas, y que los indios respetaban aquel recinto en cuyo centro reposaban sus antepasados. Por esto en la lengua de los chaimas, bajar al Guácharo, quiere decir: morir, descender a la eterna noche.

Estas tradiciones, unidas a relatos fantásticos, y a leyendas extraordinarias, relacionadas con la caverna, exaltaron la curiosidad de Humboldt, quien, a los pocos días de su llegada a Cumaná en 1799, emprendió su viaje de exploración hácia las rejiones occidentales de la provincia, con el principal objeto de estudiar la cueva, tema constante de tantos relatos.

¿Seguiremos las huellas del sabio en sus variadas excursiones? ¿Nos detendremos en cada uno de los sitios que deleitaron sus miradas y cautivaron su espíritu, lleno de emociones al encontrarse en medio de una naturaleza selvática, siempre renovada? No; nos detendremos solamente, cuando después de haberle visto recorrer las alturas del Cuchivano y de Cumanacoa, se detenga en la meseta de Cocollar, para contemplar el paisaje nocturno”.

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