TANATOLOGIANDO
LAURA SALAMANCA LÓPEZ
LA SEPARACION DE LOS AMANTES
Quizás una de las experiencias más dolorosas en el hombre. Basado en el libro de Igor Caruso.
En parejas que se aman intensamente, en la que se involucran las más grandes emociones y sentimientos.
Puede darse, por muerte del otro, separaciones definitivas por conveniencia hacia otros intereses, por abandonos, separaciones bilaterales, por amores imposibles, donde la relación se termina definitivamente.
Hay un fenómeno extraño que aparece como mi muerte en la conciencia del otro y la muerte del otro en mi conciencia, el otro muere en mí, y esto significa que yo arrastraré conmigo ese cadáver lo mismo que yo muero en la conciencia del otro y seré un cadáver en el otro, en ese caso la persona más posesiva es la que lo vivirá más intensamente.
Es la vivencia de su muerte en mi conciencia y la vivencia de mi muerte en la conciencia del otro.
Esta situación es demasiado desgastante para cada uno de los involucrados, aunque sea que después de un tiempo pudieran volver a encontrarse, esto no lo registra el cerebro solamente el dolor del momento que causa el saber que quizás la otra persona no pueda volver a aparecerse en su vida.
Surge una desesperación de dos personas que estaban fundidas en una unión dual, cuando la pérdida del objeto perdido ( objeto de amor) que al mismo tiempo es un objeto de identificación, (incluso se puede dar entre madre/hijo-a) conduce a una autentica mutilación del yo, a una catástrofe del yo por la pérdida de la identidad y para que la muerte en la conciencia no siga la extinción física (morir psicosomático o suicidio) se ponen en juego los mecanismos de defensa pasando de la represión, a la agresividad, la indiferencia, la idealización, la huida, y la racionalización de la separación y esto producirá un asesinato simbólico del otro yo y en parte también la destrucción del propio yo, hasta llegar a la resignación. Como no existe amor eterno hay que llegar a la aceptación.
Estos mecanismos de defensa están al servicio de la compulsión repetitiva y actúan, en el instinto de muerte, crean también la posibilidad de un modus vivendi en el mundo, arreglándose el yo más o menos a una realidad del mundo, haciendo contacto con el ambiente.
El yo puede desearle lo mejor al otro, pero registra necesariamente una herida narcisista, que se nutre de modo inconsciente, sin embargo, quedará en la mente, que el otro pueda encontrar satisfacción en fuentes distintas de las que éste pudiera brindarle, y de hecho esta es la raíz de los celos.
En otras palabras, la separación consumada es un símbolo del asesinato inconscientemente perpetrado. Por intermedio de la muerte verdadera, el amante se colocará en la identidad inmóvil y rígida, donde no envejecerá, no será diferente, tampoco será infiel, la eternidad lo acoge como amante de mi única pertenencia, situación sublime y cómoda al mismo tiempo; la persona en duelo por la pérdida en extremo dolorosa, desvía las energías psíquicas junto con la energía de su objeto de satisfacción, la desexualiza y la utiliza para el mantenimiento de sus fines específicos sublimándola en varias acciones que le permiten actuar en la sociedad, en algunos casos.
En 1913, Freud escribió un comentario psicoanalítico sobre dos escenas del Mercader de Venecia de Shakespeare y terminaba su estudio con las siguientes palabras “podríamos decir que, para el hombre, existen tres relaciones inevitables con la mujer, aquí representadas (las tres figuras femeninas de las escenas): la madre, la compañera y la destructora. O las tres formas que adopta la imagen de la madre en el curso de la vida: la madre misma, la amada, elegida a su imagen, y, por último, la madre tierra, que lo acoge de nuevo en su seno. Pero el anciano busca en vano el amor de la mujer, tal como primero la obtuvo en su madre, y sólo la tercera de las mujeres del destino, la muda diosa de la muerte, le tomara en sus brazos”. Y es que en la muerte está la separación definitiva de sí mismo y del ser amado. “paradójicamente superada”
Siempre ha sido conocido que el amor no sabe de su propia profundidad hasta la hora de la separación. –Khalil Gibran.