RADIOGRAFÍAS
El huésped de la calle Arenal
NORMA SALAZAR
Hace días que mi trabajo está un poco atrasado, he tenido que hacer horas extras durante estas últimas semanas por la cantidad de investigación que falta por capturar. Leer, rastrear, cotejar datos, actualizaciones de nombres, títulos y más títulos.
Por otro lado, cambiar de domicilio a una oficina nunca ha sido de mi agrado es como cerrar un ciclo y empezar de nuevo en otro hábitat pues tienes que adaptarte con la nueva pared.
Ahora nos toca laborar en un edificio antiguo su entrada tiene un mosaico color turquesa con una inscripción:
Fábrica de velas “La Herradura”, 1786.
Arenal Nº. 58.
Hacienda de Chimalistac
El vigilante me platicó que existió un capataz muy insensible con los indios que trabajaban en este lugar. Tenían que hacer miles de velas por día y si no terminaban les azotaba con un látigo de siete colas. No había indio que no estuviera lacerado por la espalda.
A veces se escuchan sus lamentos. Pero en las noches que tuve que quedarme hasta muy tarde, sólo escuché bullicio rodante. A la mañana siguiente algo me llamó la atención, el nombre de Arenal. De niña una Religiosa del Colegio Federico Froebel, me contó que el nombre de la calle se debía a que ahí cuando llovía se juntaba toda la tierra de la calle y al secarse se apreciaba una arena muy fina castaña. También investigué que existía una guardia que vigilaba el puente empedrado en busca de contrabandistas, era tal la vigilancia que no había árbol ni día sin un colgado.
Unos bandoleros al llegar a su refugio vieron que la guardia se acercaba más a su escondite que se pusieron a rezar con tal fervor a un santo que la guardia pasó de largo, me refiero a San Antonio.
Como agradecimiento construyeron esa iglesia que esta junto al río, muy modesta poco ornamentada y que la conocemos hoy, como “El Altillo” cerca del edificio se encuentra el Parque del Caracol, es curioso, tiene una pequeña construcción redonda con una subida en espiral, dicen que era un monumento quizá un pequeño adoratorio.
Con lo que me contó el velador y lo que investigué, ahora veo el lugar de otra forma.
Visité la iglesia realmente es muy pequeña la están restaurando, francamente me gusta más la roca rústica. El río aún corre sucio, maloliente. Un señor de avanzada edad que es vendedor me comentó que estas aguas que corren son del Río Magdalena, por sus llantos en la noche.
Hoy me he quedado un poco más de lo acostumbrado sigo capturando datos, observo por la ventana. El viento se desliza suavemente por el pasillo extinguiendo cada foco del andador, es un viento muy frío como los de otoño, se ha ido totalmente la luz. Esperé a que apareciera alguien pasar por el marco pero sólo escuché su andar. Después el viento vino encendiendo de nuevo cada foco. No lo creí. Todo el alumbrado de la oficina pertenece a una misma red, no hay ningún sistema independiente. Mi compañero huyó dejando sus pertenencias y las llaves del coche.
Es otro día, es curioso nadie comenta nada sobre lo que pasa aquí, bajo estos muros. Es algo implícito, sólo se sabe que nos cambiaremos nuevamente a otro lugar. El velador me sonríe entre dientes y eso me aterra. No es sólo las cosas que pasan hay algo en el edificio, en la calle, en el parque, en los árboles que nos inquietan aun estando de día…, son presencias, no sé, no sé. Hoy aparecieron sobre mi escritorio objetos muy empolvados como si estuvieran guardados por mucho tiempo. Esta noche no me quedaré, no quiero saber nada del lugar.
Antes de bajar a firmar mi salida el vigilante me llama para acompañarlo al traspatio del edificio, después de tanta insistencia acepto ir, cuando de pronto por las escaleras aparece un indio con la piel lacerada, salió corriendo hacia la otra acera, miré como lo aventó un coche no pude hacer nada, me quede paralizada sin habla. La fábrica de la calle Arenal se había quedado sin su huésped.