El Otro Final
Winston Tamayo
Vagamundos
De pronto me desperté ensangrentado entre cajas de cartón y periódicos viejos, con una sensación de haber pasado demasiado tiempo hundido en un profundo sueño de nebulosa inconciencia, subconciencia, sonambulismo, alcohol y pastillas de colores. Huyendo de algo que ahora mismo no lograba recordar. Miré al espejo y no vi a nadie, en la habitación tampoco había nadie, no tenía la menor idea de donde me encontraba, nada me alegraba, nada me molestaba. Las siguientes horas las pase de la sucia colcha a la sucia colcha, algunos residuos de café, cacahuate, sal y azúcar, mermelada y hormigas hacen el milagro de mantenerme con vida. La misma camisa, el mismo sucio pantalón
Por la avenida de pronto cruza un coche azul con alguien dentro que yo debería recordar y alguien que no, sonríen, se carcajean, entran al motel “del descuento”, lo conozco bien, la cama es dura, el clima funciona mal, las toallas son pequeñas, hay agua caliente y un espejo para verte de revés. Cuarto trece, mejor no entres si ves que está ocupado. Allí entro el coche azul.
En el fondo de la bolsa quedan algunos residuos de tostadas con chile y limón que mastico sin pena ni gloria, no me había visto tan flaco desde la secundaria, ¿qué es lo que habré hecho para estar tan tirado al abandono? No puedo recordarlo, tengo la sensación de estar evadiéndome. Me toco la mejilla y una espesa barba roza con unas largas uñas, me palpo los ojos y los siento hundidos en unas ojeras como pozos, no estoy seguro de reconocerme ¿Qué edad tendré? Tal vez veintiocho o sesenta.
Alguien entra a la habitación, no, no, no, que quiere este tipo ya le dije que no estoy
Como puedo escapo por la ventana, me voy con un pájaro que pasa volando bajo, hay que tener cuidado con el cableado y las antenas no vaya a ser… busco la copa más alta de un árbol y ahí me detengo, llueve, no me mojo, aunque llueve a torrenciales, ¿Cómo puede? Parece que ya no me siguen, no espero a que termine de llover y dejo la rama para buscar el océano, habrá que seguir en gaviota para equilibrar el viento del mar que rompe olas en la roca. Pero ya es tarde y la habitación está llena de gente, se escuchan aullidos de sirenas, intento decir algo, cuando de pronto siento picadas de avispa en el pecho y en la espalda, tal vez eso explique las manchas amoratadas de sangre en la ropa y el cabello.