¿Puede el Alzheimer Ser una Bendición?
Miguel Gallareta Negrón
Veleidades de la Memoria
Hace unos años, recién llegado a Mérida -mi ciudad natal- después de tres décadas de ausencia, una persona mayor se me acercó sonriente durante una reunión con el grupo espiritual de Milagros al que asistía mi esposa. Me tomó de las manos y, con el cariño acumulado en sus más de 80 años, me dijo sonriente:
-Yo sé que tu madre tiene Alzheimer. Pero, más que compadecerte, quiero felicitar a ti y a tu familia por esta bendición que Dios les ha regalado.
-¿Bendición? -interrumpí totalmente desconcertado.
-Sí – replicó ella apretándome delicadamente las manos-, aunque te parezca increíble en este momento, te vas a acordar de mí más adelante cuando te des cuenta que esta enfermedad puede ser una oportunidad de crecimiento para ustedes, claro, si todos se unen y trabajan juntos. Si la aceptan y tratan a tu madre de manera amorosa, se generará un florecimiento espiritual en cada uno de ustedes como personas y como familia. Son pocos los que pueden conseguirlo. Tiene que existir una situación extrema para que florezcan las condiciones y una o varias personas que estén dispuestas a asumirlas de modo integral.
Estaba muy confundido. Llevaba muy poco tiempo de convivir con mi madre, pero el suficiente para intuir que nos esperaban tiempos aciagos. Mi padre empezaba a deprimirse y a cansarse de las demandas permanentes de su pareja de casi 60 años. Exigía su atención todo el día, y él, un poco a su pesar, había decidido dejar su trabajo y demás actividades personales para consagrarle su tiempo completo.
Los hermanos estaban también muy desconcertados, unos tristes, aunque apoyadores, otros atemorizados e inmovilizados ante un reciente diagnóstico que se iba repitiendo generación tras generación.
Por su tono de voz y la confianza con que me tocaba, la percibía cercana, como si la conociera de muchos años. Al notar la humedad en mis ojos me dio un fuerte abrazo que yo sentí realmente reconfortante.
-Espero un día entender sus palabras –le dije-, ojalá su voz sea de profeta.
Las comprendí después de dos años. ¡Cuánta razón tenía la señora de los Milagros!