Editorial

Crónicas del Olvido – “PIEDRA A PIEDRA”, DE HERNÁN VARGASCARREÑO

Crónicas del Olvido

“PIEDRA A PIEDRA”, DE HERNÁN VARGASCARREÑO

Alberto Hernández

 

1.-

Como seres vivos, las palabras respiran, se mueven, viajan, se estacionan, se exilian. Se esconden. Otras veces se niegan a ser. Pero siempre están allí, sobre la piel de la gente, en la superficie de las cosas, en el interior de todo. En la nada.

Las palabras también son microbios, virus. Podrían potenciar enfermedades, graves heridas. También son portadoras de curaciones. Hablan cuando el hablante calla. Nunca descansan ni después de muertas, porque habrá alguien que les dé respiración artificial y las vuelva a la vida, por corto o largo tiempo. Las palabras, definitivamente, construyen, pero igual destruyen.

Una palabra muerta es una palabra visible. Escrita es. Nadie la pronuncia, pero quien la halla la lee desde su fuero interno. Luego –para alegría o tragedia- la dice y ella es. De manera que toda palabra es existencia, por muerta que se crea que está.

Las palabras vienen de muy lejos, del silencio. Del vacío. Viajeras permanentes se transforman. Se dicen en muchas lenguas. Son variados matices, colores, volúmenes, pesos, alcances. Las palabras están siempre. Son siempre.

La boca de quien respira pronuncia. El rostro de un difunto es portador de muchas voces. Las palabras, como toda energía, cambian de traje. Se transforman como el agua, como el aire, como el fuego. Por eso son metáforas, símiles, hipérboles. Por eso son materiales de construcción. Sirven para vulgarizar el mundo pero también para hacer posible la belleza, la terrible presencia de la belleza.

Y he aquí la poesía, la argamasa que hace las palabras dueñas de todo poder.

2.-

La tradición tiene en las piedras parte del ocultismo de la fe universal. Misteriosas, abundan también en la sombra.

Una piedra es silenciosa. Una piedra habla cuando es sometida a la acción. Es más, su quietud es un lenguaje. Y de ella emergen las lenguas. Los idiomas se fortalecen como las piedras porque las piedras también, de acuerdo con su forma, textura y peso, son palabras. Sobre ellas se escribe. Sobre ellas se martilla. El sonido y el ruido las convierten en voces articuladas. O en alaridos. El dolor que provocan en el organismo de carne y hueso las potencia mucho más. Las piedras son palabras en permanente uso. Han sido, las piedras, sacralizadas con palabras y desde las palabras que ellas contienen.

“Piedra a piedra”, del poeta colombiano Hernán Vargascarreño, nacido en Zapotaca en 1960, título publicado por Ediciones El Taller Blanco, Bogotá, 2019, constituye un homenaje a las palabras, pero también un tributo al poeta venezolano Rafael Cadenas, quien desde este epígrafe abre las hojas del poemario: “Sola, insegura, / apremiante palabra, / casa sin atavíos”, y desde su contenido, desde esos sonidos, ellas, las palabras, vírgenes o desfloradas, abarcan las páginas que ahora leemos.

“De pronto una palabra/ rompe su silencio/ y despelleja sobre los hombres su grave desnudez. / Se abalanza sobre lo suyo y hace mella. / Horada alguna dicha ha tiempo olvidada y nos regresa a la falsedad de la esperanza./ Creemos entonces ser felices./ Ha hecho lo suyo la infeliz palabra”.

La poesía se instaura. Se hace dueña de las palabras. Las renueva, las amasa y con ellas deriva emociones que ocultan el temor, la desesperanza o la esperanza convertida en engaño. Para eso sirven las palabras, como las piedras. Una palabra es puñal, también flor. Una piedra es guerra: David contra Goliat. Los diamantes también son piedras y traen la ambición y la muerte. Pero una piedra también es construcción, pared, ídolo, escultura, filtro para el agua. Sus diversas formas alientan las diversas formas de las palabras. Una piedra redonda hace redonda una palabra. El canto rodado es palabra de río. Y es la O vocálica y sonante.

El poeta sucumbe ante ellas. Se hace ellas, palabras y piedras. O: piedras, anteriores a las palabras que luego se hacen una: decir piedra ya la hace palabra.

Por eso:

“Guardan lumbre/ para otros tiempos más aciagos / ante la oscuridad que las acosa…”

Muchas bocas desechan las palabras que pronuncian, las machacan. Las ofenden. El tiempo, la historia, esa fábrica de denuestos, pero también de poesía. Sagrada u obscena, la palabra es la piedra donde se asienta la divinidad. No hay dios sin piedra. Nos hay dios sin alfa y omega. El abecedario se sostiene en piedras o en papiro. El ojo que mira desde la piedra habla, contiene un “eco profundo”. Es “testigo pétreo” de las hazañas o crímenes del hombre.

“Cuando se lanza una piedra/ también se lanza la palabra piedra”.

3.-

Piedra a piedra se construye una casa. Palabra a palabra se construye un poema. Se hace poesía con su savia.

Se contiene en ella misma la piedra y se derrama desde el silencio de sus palabras. O es perpetuidad, tiempo indefinido, vacío:

“Nada, / es una palabra llena de sí misma”.

No deja de ser emoción: “Se puede cosechar una palabra/ como un buen rencor”.

Una pedrada lleva implícita una respuesta: la palabra aparece, no se contiene, siente.

4.-

Una segunda parte de este libro de Vargascarreño, titulada “Partidas”, da cuenta de un viaje de ida y vuelta. Despedida y retorno para otra emergencia, porque todo viaje lo es. La épica se construye con despedidas o silencios.

Se vale el poeta de unos versos de Luis Cernuda para escribir esta parte del libro:

“Mas volver debe el alma (…) Volver a la morada de suya antigua”.

Y el poeta colombiano sigue la ruta de su travesía:

“Vuelvo al inicio de mi viaje. / Regreso al final de todo hombre/ sabiéndome soñado/ Me despojo de esta máscara que tanto talla/ y me ajusto al rostro apacible de la Nada”.

¿Es este viaje un saludo a la muerte? ¿Se trata de avisar el fin de quien mira desde lejos la muerte ajena o la propia? Queda el texto en la pendiente, como si mirara las piedras que hablan, los antiguos papeles sagrados. La muerte, un viaje. O un regreso en la memoria.

“Me voy despidiendo de todos/ ahora que nadie me ve…”

El gerundio es indicativo del transcurrir dinámico del tiempo. Quien vive viaja muriendo a diario. La vida es muriente.

La despedida: “He dicho adiós a los vecinos”.

Podría ser parte de un exilio. Del éxodo que el humano ser activa en momentos de recogimiento.

Y como el tiempo nos despoja de la carne:

“Todo es vano, / el pasado/ es más presente que el ahora”.

El poeta parte y retorna. No obstante, a veces se extravía. Y en ese extravío, se encuentra o se resigna a ser extravío en él mismo:

“Perdí mi ruta (…) Perdí mi ruta sin moverme de mi cuerpo”.

Piedras, palabras para un viaje. En estas páginas están.

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