Estética de la recepción*
Mariel Turrent Eggleton
A Través de la Pluma
Yo pienso que quienes escribimos, escribimos para nosotros mismos: por una parte, por la utilidad de lo inútil (de la que habla Nuccio Ordine), y por otra, porque sin duda nosotros nos vemos a través de los ojos de los demás y en esta última, el receptor juega un papel sumamente importante. La mirada de los otros finalmente es lo que nos define y de alguna manera es para los otros para quienes somos; no somos otra cosa que animales sociales y por muy solitarios que a unos nos guste ser, por mucho que queramos alejarnos de las multitudes, venimos de otros y no sobreviviremos (como especie) si no es a través de otros.
George Berkeley, filósofo idealista del siglo XVIII, sostenía que «existir es ser percibido». Este es un tema que causa controversia hasta nuestros días y me lleva a una reflexión sobre la forma en que nos vestimos, nos comportamos, y en especial que escribimos. Todo tiene que ver —a pesar incluso de nosotros mismos— con la imagen que queremos dar o con lo que deseamos comunicar. Hasta me atrevería a decir: con lo que pretendemos esconder. Las preguntas que nos hace la Estética de la Recepción —sobre los criterios que subsisten al enjuiciar una obra, o si el autor es capaz de aprender algo fuera de él, y el papel que representa la imagen del autor y el género literario— me parecen la clave para entender que todo es una red interconectada. Incluso en un caso extremo en el que el autor fuera un ermitaño alejado del mundo, siempre será la mirada de los otros lo que lo defina como tal, y el juicio que se emitirá de su obra dependerá del receptor, quien, a su vez, formulará una opinión que contiene, como dice Ítalo Calvino en Las ciudades y la memoria, todo su pasado “como las líneas de una mano… surcado a su vez cada segmento por las raspaduras muescas, incisiones, cañonazos”.
Desde el color que elegimos para lucir una mañana hasta el género que elegimos para escribir, todo tiene que ver con algo que pretendemos comunicar y que, consciente o inconscientemente, va dirigido a un receptor que asumimos recibirá el mensaje de determinada manera.
En una ocasión volaba yo en un avión comercial y se derramó un líquido entre mis piernas, yo estaba escribiendo un poema y describí aquel acto de forma literal y lo convertí en poesía:
Carta de amor
Escurren tus letras entre mis piernas
palabras derretidas en un sobre
Junto los muslos
intento retenerlas
mas se fugan en líquida consistencia
Desesperada las leo
pierden su sentido
entre mis dedos se cuelan
empapando la falda
Lo publiqué y para mi sorpresa, mis lectores me retroalimentaron sobre mi “poema erótico”. Sin duda, fue una sorpresa, pues nunca lo había yo pensado de tal forma. A partir de ese momento empecé a hacer poesía erótica como un juego en el que yo escribía pensando en el receptor a manera de un experimento, tratando de adivinar lo que mis palabras provocarían.
No es sorpresa que en psicología se utilicen figuras sin sentido para hacer que el paciente cuente su historia, hable de sí mismo y de todo su bagaje cultural, emocional, sensorial.
Lo maravilloso de esto es que, como dice Nuccio Ordine,“dando vida al milagro de un proceso virtuoso” –en este caso el del autor y el receptor que asimila y transmite lo leído a otro– “se enriquece, al mismo tiempo, quien da y quien recibe”.