Editorial

¿QUÉ ES UN MAESTRO? – LETRAS SIN FRONTERAS

¿QUÉ ES UN MAESTRO?

GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

LETRAS SIN FRONTERAS

 

Un alumno nostálgico comparó la variedad en los maestros con una caja de colores. “Algunos son brillantes”, dijo “y otros son opacos. Algunos son todavía nuevos, otros ya están gastados. El agradecido ex-estudiante, ahora un perito en materia de educación afirmó que no importaba que tan efectivo o malo fuera el educador, “todos comparten el mismo objetivo: El trabajo de su vida consiste en dedicarse a impartir conocimiento como un reto a sus alumnos a aprender y crecer como seres humanos.”

Para la gente es muy difícil aceptar que el maestro tenga vida propia: llega a la escuela primero que sus estudiantes y se queda trabajando en la escuela después de que todos se han ido. Su casa está llena de libros y papeles, y no importa en qué momento vaya uno a su casa, siempre están corrigiendo exámenes o tareas. ¿En qué momento se bañan, van al cine o tienen tiempo siquiera para atender a su familia?

Se ama o se odia al maestro. Se respeta o se irrespeta. Se recuerda o se olvida. El maestro es alguien con quien reír, de quien reírse. Educa su propia familia y se preocupa de los hijos de los demás. Compra detallitos que alegran la vida a los niños. Les regala cosas a sus alumnos cuando les hace falta algo. Provee la seguridad de un salón de clase a aquellos chicos que no la tienen en el hogar. Da tutoría después de la escuela, guía a la adolescente embarazada, aconseja los corazones ansiosos y se queda dormido pensando en sus alumnos y preguntándose por qué estarán tan cansados cuando vienen a clase por la mañana.

Un inventario diseminado en el foro de educación de América on Line hace ya algunos años, acerca de su papel en la historia, describe al maestro como “una de las razones por la que los aviones vuelan, las computadoras programan, los bailarines danzan, se escriben novelas, se investiga el cáncer, se ganan las demandas, se construyen rascacielos y los dibujos de los niños decoran las puertas de los refrigeradores”. En cualquier día de escuela, los maestros abren, por una vida entera, el regalo magnifico de la lectura, el reto de las matemáticas, la aventura de la geografía y la ciencia, el legado de las lecciones de historia, la maravilla de la música, la literatura, los idiomas, las demandas de la educación física y la competencia atlética: son los guardines del conocimiento, de los libros, de la imaginación Las ideas más grandes, más atrevidas, más brillantes, los honores de la vida, los logros, ocurren porque en una ocasión, un maestro tocó nuestras vidas,” concluye la encuesta.

Por la respuesta de la mayoría abrumadora de los participantes en dicha encuesta, cualquiera diría que estamos en un momento en la historia en que el educador recoge, sino el fruto de su trabajo, por lo menos un merecido reconocimiento en el desempeño de su profesión. Lamentablemente no es el caso.

En culturas cuyas civilizaciones se remontan a miles de años, el maestro fue visto como una figura sagrada en cuyas manos se confiaba la educación de un niño para que forjara el mejor de los seres humanos. Clásico es el ejemplo del rey Filipo de Macedonia que contrató los servicios de Aristóteles para la educación de su hijo, conocido como Alejandro Magno, uno de los grandes conquistadores que ha dado el mundo.

En épocas más recientes, muchos individuos famosos eran iniciados de la enseñanza. Escritores, filósofos, matemáticos y aún políticos de gran fama han visto en el magisterio una manera de validar sus conocimientos y de contribuir a la humanidad.

Las páginas más conmovedoras de “El Primer Hombre,” el libro póstumo del filósofo algero-francés Albert Camus, revela como un maestro de escuela le abrió las puertas de sus posibilidades. El libro contiene la carta que Camus le escribió a su maestro después de ganar el premio Nobel en 1957, así como la respuesta del maestro a su alumno.

¿Qué ha pasado entonces en estas últimas décadas en el mundo, que ha visto decaer la noción de la enseñanza y la reputación del maestro? ¿Por qué mira la gente ahora con suspicacia a aquellos individuos que han escogido dedicar sus vidas a alfabetizar el mundo? ¿En dónde radica el deterioro de la educación, en aquel que la imparte o en los que dictan la educación que se debe impartir?

La educación comienza a tomar un nuevo giro a partir de la revolución industrial. Cuando concepto y percepciones comenzaron a adaptarse a la nueva mentalidad del hombre-máquina y la producción en serie. De repente el ser humano pasó a ser un producto más al cual podía tratarse como una cosa que se ensamblaba en serie. El aula pasó a ser otra fábrica. El conocimiento un tipo de combustible con el que se aceitaba a la persona para que funcionara mejor, pero sobre todo para que respondiera mejor al operador de la máquina, el gobernante de turno.

El concepto materialista de la educación, (totalmente divorciado del elemento sagrado) pegó particularmente bien en los países industrializados, le vino de perla a la revolución rusa y mucho mejor al capitalismo norteamericano de principio de siglo. La educación, reconoció el liderazgo de Washington, era una manera de tener controladas las masas.

Desde entonces se diseña un curriculum con énfasis en el aspecto social del individuo. La educación no enfatiza el conocimiento académico, sino la participación del individuo y su aporte a la comunidad. No se le enseña a pensar de forma independiente, sino a conformarse, a adaptarse. El concepto ha producido graves conflictos en mentalidades como la estadounidense, acostumbrada a competir y en mayor o menor grado los está produciendo en el resto del mundo. Muchos padres han optado por la educación privada que la gran mayoría no puede costearle a sus hijos.  

Pero mientras las escuelas gradúan estudiantes como empacando galletas, los maestros han sido despojados de su poder como pensadores libres y se han convertido en piezas de la maquinaria. Se espera que el maestro, antaño promotor de la libertad de pensamiento, opere al unísono y acorde con el operador. Algunos se adaptan, pero a los más sagaces los ahoga el sistema. Muy pronto comenzó una deserción que con los años se convirtió en éxodo. Los maestros más versátiles buscan otros modos de vida mientras que muchos otros, amargados, se quedan, motivados solo por una pensión.

No se sabe a ciencia cierta en que momento los padres dejaron de incumplir con sus deberes pero se sospecha que la desintegración familiar está relacionada con el factor económico. Entre más tiempo debía trabajar el padre, o mientras más tiempo pasaba desempleado, menos tiempo había para hablar con el hijo sobre cuestiones morales o ayudarle con asuntos de la escuela. Las nuevas actitudes trajeron conflictos hogareños más frecuentes. El número de mujeres cargando con la responsabilidad creció y con ella los problemas sociales de los jóvenes: alcoholismo, drogas, embarazos prematuros.

La carga de las frustraciones y agresividad juveniles recayó entonces sobre los maestros, las únicas personas disponibles a la juventud en la vida diaria. De igual modo, la presión para controlar su comportamiento y aparte producir graduados, la ejercieron los líderes, los políticos, los burócratas, los críticos y los padres.

La sociedad ha decidido que la única persona capacitada para lidiar con la raíz de sus problemas es el maestro. Pero, es precisamente el maestro devoto, el que se siente atosigado por las horribles condiciones bajo las que tiene que enseñar y formar a sus estudiantes. Rodeado de colegas y administradores primerizos, novatos, oportunistas, el verdadero maestro, aquel con vocación ha quedado a expensas de las corrientes borrascosas de un sistema disfuncional que ha terminado por despojar totalmente a la educación de su sentido.  

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