MANO DE PRODIGIOS
FRANCISCO PAYRÓ
MANSALVA
Posar las sarmentosas manos en una mota de luz
que se levanta por entre penumbras.
Dejar que –traspasada– la mano se distienda
en signos, en señales.
El que posee la mano sabe que cuando habla de ella
habla también de su hermosura.
La mano es un manojo de prodigios y es la misma
que plasmó su virtud en esta partitura, en aquel lienzo
o en ese verso de amor a las noches de rabia.
La mano dice adiós y abraza al que se asoma con un eco de pasos.
También empuña el arma que parte a la distancia
el espesor del aire.
Esa mano que sueño en el delirio me señala,
apunta hacia la sien y un buen día dispara.
La mano que estrangula no es la mía:
es acaso el silencio que ha empezado, por fin,
a tomar estas riendas olvidadas por siglos,
por infinitas noches de sueños y cenizas.