El Tesoro de Moguer
Mariel Turrent Eggleton
“Para el sabio, la tristeza y la alegría son semejantes,
lo mismo que el bien y el mal; para el sabio, todo lo
que tuvo principio debe tener también fin”.
Omar Khayyam
Mi primer acercamiento a Platero y yo lo tuve cuando mi hija era pequeña. Le compré el audiolibro y lo escuchábamos cuando íbamos en el coche. Me gustó tanto, que luego le compré —o me compré— un libro ilustrado hermosísimo. Ella me dijo que no le gustaba esa historia, que era triste; y yo pensé que sí que, en efecto, es triste, pero también muy alegre y hermosa. Recordé que, en mi infancia, el título me pareció siempre aburrido. Si bien es elocuente, pues trata de la relación entre Platero y el narrador, la historia de un burro y un hombre barbado de quien huyen los niños, no es en absoluto atractiva para una niña pequeña.
Escrito en una prosa poética impecable este libro está llenó de metáforas inteligentes y descripciones detalladas a través de las cuales Juan Ramón Jiménez narra en primera persona las andanzas de su personaje y su burro Platero. La historia se va contando en capítulos muy cortos que son una especie de viñetas del pueblo en el que sucede todo, muy emotivas, más no por eso faltas de literariedad.
A pesar de que los capítulos no tienen un orden cronológico, el autor nos va acercando a través de sus anécdotas a los personajes hasta volverlos entrañables. Nos hace amar a Platero y encarnar al protagonista: ver el prado, con sus florecillas silvestres; saborearnos las frutas propias de Andalucía, “las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel”; pasear por las calles del pueblo y ver pasear a los “hombres del campo, vestidos de limpio”; extasiarnos ante el crepúsculo.
Tomando como foco la obra en sí misma, podemos situar la obra de Juan Ramón Jiménez en lo más alto de la Literatura. Su forma poética y plasmada en capítulos cortos, logra comunicar el fondo de la misma gracias a la aguda observación del autor sobre aspectos importantes que pueden pasar desapercibidos y el subraya.
En primer lugar, es magistral el uso del lenguaje; en cada renglón, en cada párrafo, encontramos el dominio que tiene de los recursos literarios:
“Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera”.
Estas imágenes frescas y originales hacen que el lector no solo vea la escena a través de los ojos del autor, sino que se adentre en la puesta del sol como un espectáculo divino. Palabras inventadas y expresiones típicas de Andalucía, aparecen también en este elocuente trabajo artístico cuyo escenario es el natal Moguer del autor.
En segundo lugar, esta obra representa la transición de la narrativa del modernismo hacia una literatura que invoca experiencias y emociones reales y se aleja de la tendencia romántica superficial que había prevalecido. Aunque su valor no se determina porque su autor fue acreedor al Premio Nobel de Literatura en el año 1956, esta presea sí es una evidencia de que el trabajo del escritor ha sido importante en la historia de la Literatura Universal.
Hay quien asegura que Platero y yo es una especie de diario en el que el autor narra su vida infantil, su forma de pensar y actuar, independientemente de esto, sus valores se vuelven universales y tocan al cualquier lector. El libro suele colocarse en los estantes de la literatura infantil, pero es, sin duda, una obra para adultos; nos lleva a la reflexión sobre las cuestiones simples que son las que finalmente cimentan la vida: la nostalgia, la amistad, la muerte, la enfermedad, el miedo. Los niños difícilmente podrán acceder al lenguaje del vate, mucho menos podrán acceder a la profundidad de los temas que lo ocupan: “La tarde se prolonga más allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita; pacífica, insondable”.
Platero y yo es una obra maestra de la literatura que ha transcendido el tiempo y su época, y sigue vigente colmando el espíritu de aquellos lectores que se adentran en sus páginas. Es una obra llena de sabiduría, en la que se plasman los tesoros de Moguer en pequeños momentos en los que la alegría y la tristeza son semejantes y van, como en la vida misma, siempre de la mano.