Editorial

EL DILEMA DEL INMIGRANTE – GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

EL DILEMA DEL INMIGRANTE

GLORIA CHÁVEZ VÁSQUEZ

 

Puedes arrancar al hombre de su país, pero no puedes arrancar el país del corazón del hombre

John Dos Passos.

 

La política de corrección ha pretendido desbaratar, no solo la palabra, sino el contexto migratorio, un proceso que por miles de años ha significado “pasar a un nuevo país para quedarse”. El hecho de que la palabra ha adquirido la connotación de ilegalidad, injustamente, ha hecho que activistas y políticos de ideologías extremas quieran desprestigiarla y por tanto borrarla del diccionario.

Emigrar es, dejar el país de origen para instalarse en otro definitivamente. Es lo que hicieron a fines del s. XIX los irlandeses y a principios del XX los italianos. Causa: económica. Como la de las aves, que migran de norte a sur para pasar el invierno, la migración es la actividad cíclica del inmigrante, que va y vive entre dos mundos. Ejemplo: españoles, mexicanos y colombianos. Otra cosa es el exilio que, contrario al destierro, es decisión y no mandato. Una especie de deportación o expulsión de la patria propia. Tenemos entre los exiliados a judíos, europeos de la antigua unión soviética y cubanos. En el destierro estuvieron Napoleón, Víctor Hugo, Alfred Dreyfuss y Antonio Machado.

El exiliado, como dice Isabel Allende, “mira al pasado lamiendo sus heridas. Mientras que el inmigrante tiene que mirar al futuro dispuesto a contemplar las oportunidades a su alcance”. Pero en su lucha por la supervivencia, el exiliado es también un inmigrante. Que no lo es el refugiado, pues este aguarda a que las cosas se normalicen en su país, mientras recibe asistencia en otro, como si fuera un herido de guerra.

La xenofobia tampoco es cosa nueva. El crítico literario estadounidense de origen alemán, George Steiner, autor de “Después de Babel” aclara en su libro sobre lenguaje y traducción, que en el griego antiguo, la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y al extranjero, es la misma: xénos.” Su aplicación ha variado un tanto con el correr de los tiempos. Los anfitriones de una nación entienden que un extranjero viene en busca de trabajo y mejor calidad de vida, pero resienten a los forasteros que fracasan en adaptarse y por tanto contribuyen a perturbar la paz y ponen en peligro la tranquilidad de esa sociedad. La xenofobia está basada en la mala experiencia de un pueblo con los individuos cuyo comportamiento afecta de manera negativa la reputación y oportunidad de otros forasteros de ser respetados por sus anfitriones.

En busca de mejores pastos la humanidad evolucionó en forma gradual pero segura. En el proceso encontró no solo mejores tierras y presa de cacería pero otros grupos asentados hacía rato en el terreno que vieron a los visitantes como rivales o aliados, dependiendo de las intenciones y las necesidades de ambos. La alianza dependía de si los nuevos venían en son de paz y traían habilidades importantes que reforzaran la supervivencia de los vecinos. De ser así podían mezclarse y adaptarse el uno al otro para enfrentar a enemigos comunes. De lo contrario los nómadas debían proseguir el camino para continuar la búsqueda, ahora resentidos y enemigos de quienes pudieron ser aliados.

La naturaleza de la inmigración no ha variado mucho. El inmigrante marcha a otro lugar donde encuentre oportunidades que no haya en su tierra nativa. Si llega con actitud positiva de aprender, adaptarse y ofrecer habilidades necesarias a esa sociedad, es bienvenido. Si por el contrario llega a desajustar la forma de vida y representar una carga para los nativos, el inmigrante se convierte en un indeseable y, de ser posible es expulsado o en términos modernos, deportado.

La inmigración se ha convertido en un problema internacional de grandes proporciones debido a la explosión demográfica y a la politización de un fenómeno que los radicales de la izquierda utilizan para atacar a las administraciones opositoras. Aun así, hasta los gobernantes socialistas de Europa han caído en cuenta que debe de haber una medida para evitar el caos. El sentido común dicta que la cuota de refugiados o inmigrantes que entra a un país va de la mano con el espacio, los recursos y la economía del país receptor. En naciones como Polonia y Hungría, que todavía se recuperan de los devastadores efectos del comunismo, sus ciudadanos están totalmente renuentes a aceptar las abusivas cuotas migratorias que impone la Unión Europea. En Alemania y Grecia donde se sobrepasó la cuota de refugiados de las guerras en África y el medio oriente, sus ciudadanos protestan fieramente el abuso que trajo como consecuencia alzas en el crimen y el desplome de su economía. De anfitriones voluntarios pasaron a ser víctimas.

La defensa de la inmigración, asumida por activistas de la izquierda, como Günter Grass, se ha ido debilitando. El escritor alemán dijo una vez que Europa no sobreviviría sin inmigración y que ese continente no podía convertirse en una fortaleza. Argumentaba además que “todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje». No sé si incluyó entre ellas a la egipcia, china o hindú, conocidas en la historia por su selectividad. Pero como dice el politólogo y profesor de la universidad Complutense de Madrid, Jorge Verstrynge, “ El modelo de inmigración más perfecto que se haya fabricado es el francés, y el fracaso ha sido total”. Noción que refuerza el político catalán, Josep Anglada: “Siempre he dicho inmigración sí, la que haga falta, pero cuando ya pasamos de un 10% es preocupante, y un 25% ya es considerado una invasión.”

Sea el problema la superpoblación o que se esté utilizando al inmigrante como nueva arma de invasión masiva, lo cierto es que la solución es cada vez más esquiva. El novelista mexicano Fernando del Paso comentó hace algunos años, que el inmigrante moderno no ve la necesidad de asentarse, adaptarse o integrarse a la sociedad ni la necesidad de aprender el idioma. Ya no se considera un inmigrante permanente. “Las distancias son tan cortas que vivir fuera del propio país ya no es lo que era veinte años antes, cuando las comunicaciones no existían o eran precarias y entonces uno sí vivía en el exilio, como una especie de inmigrante.”

Con todo y las criticas de uno y otro lado, “un inmigrante será siempre un inmigrante” como reza la línea del personaje, en West Side Story, una de las obras teatrales más populares de todos los tiempos.    

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