Editorial

MALES SOCIALES – ALEJANDRO ROMANELLA

 MALES SOCIALES

ALEJANDRO ROMANELLA

¿Qué es bueno y qué es malo?

Es la pregunta del millón. Tan subjetiva que dos personas de la misma familia podrían estar completamente en desacuerdo acerca de su respuesta. Por cientos de años, este ha sido un debate abierto. ¿El hombre nace bueno, malo o neutral? ¿Es esto o aquello bueno? ¿Bueno para mí o para mi comunidad? ¿El bien común justifica al sacrificio individual?

Encontrarle una respuesta que satisfaga a cada conciencia es virtualmente imposible. Pero, con la experiencia de miles de años en sociedad, el ser humano ha aprendido a censurar y reprender ciertos actos que rebosan la línea de lo “aceptable”, dentro del marco de estas ambigüedades morales.

Por ejemplo, el racismo era completamente respaldado por la ley hasta hace menos de cien años. Varios países del mundo compraban y vendían esclavos con derechos humanos casi nulos, quienes fungían prácticamente como bienes materiales o inmuebles. Y a pesar de los siglos de esclavitud, de las guerras que se ganaron para abolirla, el concepto de superioridad racial continúa vigente en ciertos individuos. Por otro lado, el sexismo era la rutina de etiqueta en cada hogar del planeta, tanto así que incluso continúa en muchos de ellos hasta el día de hoy.

Pero, si la sociedad ha llegado por fin a la conclusión del debate de estas dos prácticas, el racismo y sexismo, ¿por qué continúan existiendo? ¿Por qué no fueron erradicados cuando las generaciones racistas y sexistas se extinguieron? Una de las muchas respuestas podría ser la siguiente: estos dos conceptos son parte de un cáncer social, casi imposible de eliminar, llamados males sociales. Son un reflejo de la conducta primitiva del ser humano, la parte animal que aún no evoluciona.

Y muchos grupos radicales han surgido como respuestas a estos males, como el movimiento Feminista o el movimiento Antifa. Muchos de ellos se convirtieron en grupos de choque, creando más males sociales de los que procuraron erradicar. De allí vemos que la violencia falla en terminar con la violencia.

Entonces, ¿cómo se combate un concepto tan arraigado en la conciencia colectiva que traspasa los siglos y las generaciones? Quizás esta pregunta sea más sencilla de responder: con la crianza funcional.

Nótese que no se menciona la “buena” crianza, ya que los conceptos de bueno y malo estarían sujetos a estos males sociales. En cambio, deberíamos pensar en la educación como algo funcional.

“Él habla mal, porque es indio”, “Ella te tiene que atender, es su deber”, “Cuidado con aquél, se le nota lo peligroso en la piel”, “Qué mandilón, haces todo lo que ella dice”. ¿Quién no ha oído alguna de estas frases? Probablemente todos, nutridos desde niño de estas tradiciones familiares. Son, de hecho, las tradiciones antiguas, los “es que así es” de los abuelos y bisabuelos, los que continúan importando los males sociales primitivos en una sociedad que debería haberlos traspasado.

Es definitiva, ¿queremos eliminar el racismo y el sexismo? Entonces dejemos de criar racistas y sexistas. Que intolerancia sea mala palabra, y el respeto el nuevo saludo universal. Que el género o la etnia no sean un factor que defina nuestro concepto de persona, sino que sea tan relevante como el color de pelo o el largo de las uñas.

Y así, quizás en un futuro cercano, alcancemos el potencial que tenemos como especie.

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