Crónicas del Olvido
“MONÓLOGO DE JONÁS”, DE RÓMULO BUSTOS AGUIRRE
(Antología)
Alberto Hernández
1.-
“Cada mañana/ con las calladas maneras de la ostra/ reconstruyes con esmero/ tu pequeño dios// a la medida de tu ignorancia/ a la perfecta altura de tu abismo…”.
Esta poética atina a descifrar el encabalgamiento de una voz que en el lector es una lección. Las “maneras de la ostra”: dos valvas que ocultan la riqueza o la pobreza del espíritu. Descubren, una vez abiertas, que pudo haber sido una maravilla, una sorpresa o una tragedia. Quien pronuncia esta oración se sabe descrito como sujeto abarcado por la “ignorancia” o por la caída, aquella que Camus nos advierte también en su novela. Caer es sentir el vacío. Ser el mismo vacío porque se forma parte de él. Caer se aprehende como desliz, pecado, oscuridad, hondura. Ser el abismo que nos mira, como escribe Pound. Ser el abismo.
Rómulo Bastos Aguirre es un poeta colombiano nacido en Santa Catalina de Alejandría en 1954. Es una voz notable en la poesía neogranadina. Es una voz poderosa que se confirma cada vez que un verso aparece en la página:
“El día del juicio/ comparecerán todos con sus escudillas/ reclamando la porción de la cena que les ha sido prometida…”
Las primeras líneas, los versos que transcribí al comienzo, conforman una poética, una “Poiesis” que revela al poeta que hoy descubro, que veo a los ojos por vez primera.
Su libro, “Monólogo de Jonás”, publicado por la editorial El Taller Blanco, en la colección Voz aislada, Bogotá, 2019, viene a ser un hallazgo que acredita con creces el esfuerzo que hacen los editores en la capital de Colombia. Se trata de un excelente poeta, de un hombre que escribe desde la poesía.
Y lo hace casi en silencio, como si estuviese en el vientre de la ballena bíblica que se tragó a Jonás.
2.-
Es un libro antológico que contiene estos títulos: “Casa en el aire” (2017), “La pupila incesante” (2013), “Muerte y levitación de la ballena” (2010), “Sacrificiales” (2004), “La estación de la sed” (1998), “En el traspatio del cielo” (1993), “Lunación del amor” (1990) y “El oscuro sello de Dios” (1988). Todos esos libros respaldan con creces lo afirmado en la primera parte de esta crónica.
Del segundo texto, al final, se desprende este verso: “He aquí la justa furia del cordero”. Calca perfectamente como un aforismo admonitorio, pero igual como parte de otra poética.
La angustia de estar en la tierra, de respirar el mundo. La angustia existencial, la misma recorrida por Heidegger, se hace trascendente en estos ecos:
“Nada existe/ Todo existe/ Solo yo y la escoba que barre/ Mis manos y el plato/ recién lavado/ el alimento y su lenta digestión”.
El Ser que trasciende traducido en sujeto doméstico. Visto desde el ojo cambiante del poema. De allí, la “Filosofía casera”:
“En algunos barrios periféricos de la ciudad la gente/ ha desarrollado lo que en lenguaje/ de expertos/ pudiéramos denominar una curiosa/ estrategia de adaptación arquitectónica: / construyen sus casas/ no para habitarlas sino para vivir fuera de ellas…”
3.-
De ese Ser (con mayúsculas) el poeta deviene observador minimalista, tanto que inventa un universo donde caben bestias diminutas reseñadas por la biología: la metamorfosis, la mímesis, las transformaciones, la vida y la muerte. La resurrección. O la reencarnación.
En “La pupila incesante”:
“El ojo de la mosca/ nunca equivoca el mejor sitio para posarse/ Su revoloteo es baile sobre la mortecina// El gusano es más filosófico/ prefiere trabajar en lo profundo/ hasta la disolución final, ese territorio/ tan cercano al milagro/ donde el miasma vuelve a ser mosca, gusano/ pétalo, ángel/ o pupila incesante que contempla este juego”.
Un breve salto en la página para empalmar las líneas anteriores con éstas:
“Lo eterno está siempre ocurriendo / ante los ojos (…) Lo eterno está siempre en fuga ante tus ojos”.
El ojo, el mayestático, luego el de una segunda persona. La mirada plural, luego la personal. Quien mira es capaz de recrease en el tiempo. Cambiar de personalidad. De sujeto.
Nuevamente, el autor nos lleva a otra vertiente: “Poética II”:
“¿Qué impulso hace el colibrí/ detenerse en el aire –la cuerda/ floja del aire- trazar con el pico una flor en el aire/ y en esa flor de aire/ sostener su vuelo?”.
La pregunta se hace respuesta en los versos anteriores.
4.-
El personaje bíblico, el lanzado al mar por poner en peligro la vida de sus compañeros marineros porque dudó del poder de Dios, despliega un discurso que se conjuga con ese Ser que habitó en la caverna, en el silencio, pero que en el libro sagrado vivió en el vientre de una bestia marina:
** Monólogo de Jonás:
“Cuando echaron las suertes y los hombres furiosos/ me arrojaron al mar/ creí que era el fin. Pero estos es más que el fin. Si comiera de la carne de este animal durante el resto/ de mis días/ no alcanzaría la salida. Así es la profundidad/ de mi cautiverio. / He transcurrido mucho tiempo sin otro sol/ que mi propio fuego (…) Acaso sea yo el corazón de la ballena”.
Entre árboles, una hermana, el amor, el poemario de Bustos Aguirre cierra así:
“Dios creó las cuatro de la tarde/ para que los árboles hablen con la brisa”, hermoso destino que cabe en la imaginación del niño, del adulto, creaturas que el mismo Dios alberga en su silencio.