Crónicas del Olvido
“DAWN OF THE SENSES”: ALBERTO BLANCO
Alberto Hernández
1.-
El 3 de abril de 1997 conocí, mejor, oí leer, al poeta mexicano Alberto Blanco. Fue en la Universidad de San Diego, California, donde asistimos invitados por esa institución a formar parte de un congreso sobre literatura de fronteras. Allí estuvo mucha gente, muchos poetas de diferentes países y lenguas. Y entre ellos, como ya he dicho, el azteca Alberto Blanco.
Leyó su poesía, nos leyó en una voz baja que, gracias al amplificador de sonido, nos llegó íntegra. Una poeta también mexicana me regaló ese mismo día el libro “El ojo del jaguar”, de Efraín Bartolomé, quien desde que se nos atravesó el idioma de aquí para y de allá para acá, somos amigos.
Ese día de abril compré en la “Casa del Libro”, propiedad de Marta-Luisa Sclar y Joy Andrea, “Dawn of the senses”, una selección de poemas editada por Juvenal Acosta a través de Pocket Poets Series N° 52 de City Lights Books de San Francisco, CA, USA, 1995.
Es una versión bilingüe en la que los poemas en su mayoría cuentan con un traductor distinto. Es decir, el libro revela la participación de mucha gente, porque cada poema es trabajado por otro poeta o traductor para vaciarlo al idioma inglés. Las tonalidades, los “estilos” de los textos ampliarían las posibilidades de lecturas si lográramos leer estos mismos textos traducidos por otros especialistas de habla inglesa que tengan una relación diferente con el español de México. De modo que estamos ante un libro que nos obliga a ser testigos de este “amanecer de los sentidos”, en el que también somos traductores. Un acierto editorial.
2.-
Poesía compartida que adquiere otros matices. Las distintas voces que aparecen aquí como “delatores” de los poemas originales, le ofrecen al mismo poema otra perspectiva. Son poemas de poetas escritos por un poeta. O poemas de un poeta escritos por varios traductores. En esto Alberto Blanco tiene mucho que decir porque él, aparte de “antólogo y traductor de la poesía norteamericana o de animador de un taller de poesía de la Universidad de Texas en El Paso”, es, también, “dueño de una voz y una mirada. Una voz que nos habla del mundo compartido de una manera en que nadie lo había contemplado”.
Y, en efecto, este libro de Blanco es una extraordinaria aventura, considerada por los especialistas en poesía mexicana como una de las más relevantes voces de ese país. Y así se siente cuando se leen sus textos, cuando se saborean y profundizan.
Ese día de la lectura, el acento mexicano recorrió esos poemas y nos convirtió en embajadores de la tierra de Rulfo y Paz en nuestros afectos verbales. Hablamos el mismo idioma. Nos recorremos con otros tonos, con otro silabeo, con una música cercana al pronunciar, con un acento que nos une en lugar de diferenciarnos, y en eso la poesía juega un papel muy especial.
3.-
José Emilio Pacheco, en la introducción del libro, apunta:
“Ahora todos somos enemigos de todos y al mismo tiempo que levanto tu cadalso socavo sin darme cuenta la tierra que me sostiene”. Esta hermosa afirmación se basa en el hecho de que México y Estados Unidos o muchos países entre otros, se mancillan por ser vecinos, por tener las costillas adosadas, pegadas al mismo cuerpo. El problema fronterizo crea tanto roce como el de las mismas tierras que se tocan sin querer. Una frontera es una simple línea divisoria, pero tiene tanta carga emocional que ha provocado cataclismos, muchas muertes y odios ancestrales. Por esa razón, Alberto Blanco habla de mapas, de paisajes parecidos, aunque los distancie el idioma, razón por la cual este libro se “escribe” a varias manos, para tratar de hermanar a través de la poesía. Más adelante, Pacheco dice: “en poesía sólo puede hablarse de intercambios”, cuando en algún lugar aparece la palabra “influencia”.
No deja de razonar el poeta mexicano sobre este mismo asunto:
“…la poesía no tiene fronteras o, mejor dicho, que su misión es abolir las fronteras y hablar en todas las lenguas”.
Por esa misma razón, insisto en el tema, el primer poema que asoma este poemario de Alberto Blanco, titulado “Mi tribu” (My Tribe), sigue de cerca este razonamiento:
“La tierra es la misma/ el cielo es otro. / El cielo es el mismo/ la tierra es otra”. Es como un espejismo. Las palabras unifican la imagen: la hacen verdadera. La humanidad es un solo hombre. Una sola mujer. Una sola mirada. Y la tierra es una sola, como muchos los cielos.
4.-
El largo poema “Mapas” (Maps), muy celebrado y leído en voz alta en muchas partes del mundo, consuela a quienes creen que vivimos aislados, que un trazado no prohíbe ser dueños del mundo. Se trata de un texto donde el autor combina conocimiento humanístico con improntas técnicas, expresiones que podrían parecer banales, pero ayudan a darle cuerpo a la metáfora, al mismo cuerpo del espacio que quiere ocupar el poema. No es minimalista: es totalizante, va más allá, multiplica los atributos de la imagen. Recojo para los lectores versos sueltos para confirmar lo dicho:
“Un mapa es un modo de hablar.
Un mapa es un conjunto de recuerdos.
Un mapa es una representación proporcional.
(…)
Todo mapa es una imagen, un cuadro, una metáfora,
una descripción…pero no toda descripción , metáfora ,
imagen o, para el caso, todo cuadro es –por
necesidad- un mapa. Pero puede llegar a serlo”.
El poema continúa su fragua por mucho espacio. Se hace mapa de sí mismo. Se regodea en las imágenes, en sorpresas que promueven una lectura más eficaz:
“No crecen árboles en un mapa”.
Y sigue: “Todo mapa comienza con una viaje”,
Y hace historia:
“Los mapas primeramente fueron relatos de viajes;
después fueron paisajes al ras del horizonte:
narraciones visuales, finalmente vistas a vuelo de pájaro:
poemas geográficos”.
(…)
“Los mapas nos miran de frente cuando dan cuenta de
las superficies.
Cuando quieren dar cuenta de las profundidades
nos miran de lado”.
Para dejar sobre la mesa o la imaginación la idea de un territorio, de una tierra asoleada, nevada, boscosa, de ríos recelosos, Alberto Blanco concluye:
“Todo mapa es una isla.
(…)
Toda escritura es fragmentaria.
Todo mapa es fragmentario.
En mapas no se ha andado nada.
En poesía no hay nada escrito”.
Queda dicho. Queda la idea. Fronteras, líneas, simples líneas.
5.-
Decir de mapas es decir también de lo doméstico, de la nación o país de la casa donde los objetos gobiernan, deciden los pasos de los humanos. Un sitio respetable, un lugar donde se asientan los alimentos y donde brazos y manos orquestan la música de la comida y las bebidas. El poeta deslumbra con sus palabras, con la alegría de haber sido traducido a la lengua que habla y a la lengua que calle. A la lengua que multiplica las lenguas y los sabores.
En “La mesa puesta” (The set table), Blanco habla:
“Reunidos al calor del buen café, / los panes resplandecen con la clama/ de las paredes blancas, encendidas,/ rebosantes de luz por la ventana. // Ya la paja se extiende entre los pinos,/ crece la claridad y forma el cielo,/ forma una habitación, forma una jarra/ profunda como el ojo del espejo.// Es este mismo mar, el mar de siempre,/ llano rectangular de cada cosa,/ donde flotan los montes y las nubes/ como islas de quietud entre las horas”.
Y “En el fin de las etiquetas” (No more names) vuelve al tema:
“La mosca se levanta de la mesa/ y domina los cuartos desde el techo,/ atraviesa puntualmente el pasillo/ que comunica al mar con el espejo.// Penetrante en la luz es su zumbido/ una burbuja más dentro del agua…/ navegando descubre entre los botes/ el borde iluminado del mantel.// El fondo es sucio, lo que mira claro: /esta vida que flota vacilante/ con aire de papel, blanco de luz,/ nada recuerda ya de las palabras”.
Y como todo hacedor de imágenes, Alberto Blanco se despoja de muchos asaltos interiores para escribir unos aforismos que también nos despojan de nuestro interior.
Traza y pinta:
“1.- El dibujo es la razón y el color es la locura.
2.- Se dice que el dibujo requiere de músculos tensos y que el color necesita libertad de acción.
3.- El dibujo puede tener la gravedad de un argumento. El color puede tener la ingravidez que distingue a las intuiciones verdaderas. Aquél limite y éste otro expanda…”
Los poemas que se recogen en esta suerte de antología provienen de los títulos editados en México “Giros de faros” (1979), “Tras el rayo” (1985), “Cromos” (1987), “canto a la sombra de los animales” (1988), “El libro de los pájaros” (1992), “Materia prima” (1992), “Amanecer de los sentidos” (1993) y “Mapas de Oaxaca” (1993).
Entre algunos de los traductores están: James Nolan, Mark Schafer, John Oliver Simon, Joanne Saltz, Julian Palley, Edith Grossman, Reginald Gibbons, Robet I. Jones.