Editorial

Sobre los jueces y las justas – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Sobre los jueces y las justas

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

En cualquier justa, queda el recelo de saber si los resultados eran la suma de todas las probabilidades, o si cabría la posibilidad de que alguna fuerza externa tuviera influencia sobre de dichos resultados. La misma historia se repite en cada concurso, juego, elección política, en cada decisión en la intimidad de la familia, o la oportunidad imprevista en la tienda, en cada instante en la vida. Y como es natural sobreponerlo, tampoco debiera ser distinto en los certámenes literarios, premios, convocatorias, participaciones, o cualquier otra novedosa forma de exponer un trozo de creación ante las valoraciones arbitrarias de quienes yacen del otro lado, esperando encontrar en sus semejantes una reminiscencia de lo que están construyendo por ellos mismos. Aunque también queda mucho de escepticismo en este mundo. Lo mío no es un descargo de rabia, sino un pequeño testimonio para quienes se adentran en la salvaje estepa del mundillo literario, para bien o mal.

No recuerdo cuándo fue, o a dónde, que mandé mi primer volumen de poemas a un certamen, impreso en papel tamaño carta, por triplicado. Recuerdo que fueron varios paquetes, y que ninguno obtuvo respuesta. Claro que ahora sé que más que extravío o celos, fue el producto natural de haber presentado obras tan poco cuidadas, con errores ortográficos, vanas, y con una redacción insulsa y primitiva. Me da gusto que ninguna de aquellas versiones llegara a nada, porque hablaría más mal de aquellos certámenes que de mis insipientes comienzos en la creación literaria. Eran malas propuestas, y puede que las sigan siendo, porque hay cosas que no han cambiado mucho. De todos los volúmenes que envío, pocos tienen una respuesta de recibido, y muchos menos aún han llegado a una preselección, una mención o una presea. Una tarea desventajosa y claramente en disparidad. No sabría dar una cifra, pero no me sorprendería que fuera una relación de 50:1, con apenas una respuesta más o menos favorable contra el silencio total del otro lado del ensueño.

Pero he madurado, aunque no lo parece. Y sé que hay muchos factores que intervienen en esos procesos, desde la casualidad de haber anotado mal una dirección, de haber omitido algún lineamiento en la convocatoria, y luego de atinarle a los criterios estéticos o gustos creativos de quienes han de trabajar como jurados en esos procesos. No se puede descartar el gusto personal de los grupos literarios, de las amistades y de sus vicios incestuosos y tautológicos de lo que es la literatura, o de los premios entregados antes de ser convocados para dar cumplimiento a las letras muertas de las disposiciones legales. Pero no son su mayoría, y no es una práctica común hasta donde tengo entendido. Son tantas las personas, las lecturas, las escuelas y doctrinas, los cánones, que atinar al gusto específico de esa ruleta es casi imposible. Salvo que se lleve un largo seguimiento de las obras y círculos que rodean a determinados Premios o revistas. Tampoco es que por esa simple cuestión se deba descalificar un proyecto, ya que somos criaturas gregarias, y nuestra cultura, o meta cultura, gira también en la representación gregaria de nuestras grandezas, o tal vez imperfecciones.

Pero uno es joven, impulsivo, y también prejuicioso. No sabemos lidiar con el rechazo, y cualquier sitio en el que se levante una ceja por nuestra presencia puede sernos aparentemente hostil, aunque no exista motivo real para esa idea. Ser rechazado es lo más sencillo, y por tanto lo más común, porque no hay manera de dar gusto a todos, o de ser el portavoz de las masas cuando nuestra construcción creativa es individual, y su búsqueda de reconocimiento lo es más -ya que, de otra forma, no sería relevante por su propia configuración-. Es difícil aceptarlo. Luego está la falta de autocrítica, que nos ciega ante los errores, la falta de lecturas, la profundidad o la relevancia de los temas. Otro caso es la emergencia de tópicos populares, como la solidaridad, el medio ambiente, o sucesos particulares en la vida política que nos rodea, por lo que se da prioridad a los temas mediáticos o una forma de activismo de soporte por dar un voto a favor. Muchas obras tienen una belleza propia pese a su naturaleza, otras no tantas, y dependen más del lector para prosperar que del reconocimiento de los premios. Lo que no es comprensible de ninguna manera, es dejar de intentarlo, de construir grupos entre pares para buscar una “genuina vitrina” para artista emergentes, lejanos de la salea realista de la academia, la sangre o los grupos políticos erigidos en gremios burocráticos alrededor de las instituciones que toman y dan forma a la “cultura”. Si está bien o no, no lo sé. Escribo. Mando mis manuscritos a las convocatorias, espero, espero, espero. Tal vez es una tarea estéril, no lo sé. Cuando menos en mí, es un proceso que me ha ayudado a mantenerme revisando mis textos, puliendo las versiones precoces y mal escritas que una versión más joven de mí pensaba que tenían un valor casi de revelación divina, y que ahora sé, con algo de experiencia, que tampoco yo habría elegido por ningún motivo frente a plumas más ágiles. Quienes escriben también debe aprender a crecer.

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