Los jóvenes que no leen y otras murmuraciones
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
Fb: Ediciones Ave Azul Twitter: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul
Una de las cosas que más nos gusta según rezan los historiadores, es decir que las generaciones que vienen son menos. Por fortuna, los hechos dicen que no es cierto que la nuestra fue la última gran generación antes del apocalipsis social, como dijeron nuestros padres, y abuelos, y bisabuelos, en su respectivo momento. La obsolescencia es cruel. El placer que nos generan las retropías, o el pensar que nuestro pasado siempre fue el mejor (porque el pasado pasado era horrible, y el futuro está perdido) hace gala en esta forma de querer ver el mundo. Es por eso, que la música, el cine, la economía, la democracia, siempre está yendo a menos, a pesar de que la evidencia medible muestra todo lo contrario. Nunca en el mundo hubo tanta paz o libertad o gente saliendo de la pobreza como ahora, pero eso se minimiza naturalmente. La lectura y los jóvenes no son la excepción.
Es cosa muy del siglo XX decir que los jóvenes no leen. Y la principal causa, según he escuchado una infinidad de veces, es porque son unos… dejémoslo en nacos. Asumimos que los jóvenes no leen porque tienen un gen que los incapacita de manera automática para pensar o para interesarse en alguna actividad. Antes se decía que eran los hippies, o el rock, o la música pop, o MTV (cuando era bueno), o es el internet o son los youtubers. Sin embargo, siempre es la misma mágica razón: no leen porque son el reflejo del inevitable fin de la civilización. Oremos por nuestros pecados. Sin embargo, a mi humilde parecer, hay muy poco de honesto en el diagnóstico. Sería más acertado decir que no leen lo que nosotros concebimos como una lectura deseable. Las últimas generaciones hemos visto como nunca antes el auge del despunte de las tecnologías de la comunicación, donde el flujo de información se ha movido de manera exponencial desde los primitivos módems por vía telefónica hasta las señales de wifi de la tecnología 5G. Si bien aparentemente teníamos una mayor cultura o disciplina, el flujo de información era menor. No hay punto de comparación. Hoy en día, a sólo unos movimientos de dedo se puede tener noticiarios, programas de televisión, y enciclopedias interminables. El fenómeno que vivimos se puede reducir en la metáfora de Larousse ante el Encarta, y posteriormente a la llegada de Wikipedia. Jamás antes hubo una cantidad de información como la que existe hoy en día. Claro que esto no es necesariamente bueno. Tal vez hay ya demasiado que aprender o ver como para retener la atención en una revista o libro que se podía leer hasta el hartazgo. Lo mismo ocurre con las opciones. Antes se tenía un buen número de libros y autores, mientras que ahora la lista es infinita, y sigue creciendo. Hoy en día ya no hablamos de lo que la oferta inmediata del mercado local nos puede dar, sino de lo que podemos encontrar en otros países, en otros idiomas. Lo ideal de la cultura se ha fragmentado. Mientras nuestra generación habla de los imprescindibles, ignora a quienes ignora desde su origen, a los que no conoce. Así, las nuevas generaciones se ven atraídas por cantantes de Pop en coreano, o personalidades de mundo anglosajón o deportistas africanos. Las nuevas generaciones aparentemente conocen menos de lo que nosotros conocemos, pero no nos preguntamos dónde está nuestra frontera de aprendizaje ante la de ellos.
Otro tema relevante son los temas. La cantidad de cosas que leemos supera por mucho a lo que se leía 10 años atrás, en twits o en post de Facebook. Leemos cosas breves, pero más tiempo. En esta cultura del consumo masivo, detenerse en un solo elemento parece demasiado costoso. Además, con el auge del video, aquello que sólo podíamos aprender con un libro se ha vuelto más accesible, más democrático. Incluso hay fenómenos nativos de la red, en youtubers como Dross, que, con su tradición de temas de terror, ya tiene algún par de libros publicados, y una audiencia de millones. Sus mensajes breves llegan a miles de personas casi instantáneamente, algo que difícilmente haría la literatura tradicional. Otro ejemplo son los Potterlivers, toda una generación que se volvió lectora gracias a una escuela de magia, lo que no pudo hacer el colegio ni el gremio cultural. Y quedan finalmente otras formas de hacer literatura que desestimamos por el vicio de la arrogancia: los creepypastas o los largos informes de la Fundación SCP, o el propio Wattpad. Sólo estos tres ejemplos bastan para debilitar la hipótesis de que las nuevas generaciones no leen. El problema es que nos hemos vuelto tan viejos y cascarrabias, que no podemos entender que la tecnología ha llegado a cambiar nuestra relación con el conocimiento. Quizá no deberías hacer juicios tan ligeros, y comenzar a aprender que tal vez somos nosotros quienes saben muy poco del mundo moderno.