Editorial

Crónicas del Olvido – EL LARGO VIAJE A CASA

Crónicas del Olvido

EL LARGO VIAJE A CASA

Alberto Hernández

1.-

¿Poemas para el retorno, desde el retorno, en el retorno? ¿Poemas de viaje? ¿Para un viaje? ¿Poemas desde un viaje, con el viaje? ¿Poemas de la errancia?

Los poemas siempre viajan. Son viajeros fecundos, impenitentes, porfiados. Nunca dejan de estar en un sitio. Son el sitio, lo inventan, lo descubren, lo ocultan. Hay otros que dicen viajar y siempre están en el mismo sitio pero con otro tono de habla. Todos recrean el mundo, ciudades, caseríos, ríos, mares, tragedias, dolores, danzas, momentos felices. Calles que se angostan y terminan en una costa solitaria.

Los poemas que hablan de ciudades recurren a sus mapas interiores. Son cruces de caminos, vías férreas, aeropuertos, muelles, idiomas sacudidos durante la cena, mordidos en el desayuno mientras el clima dice que el poema está en otro país. O recuerda un lugar de la ciudad madre, de la ciudad natal, de la amada, de la odiada, de la que muchas veces abandonamos pero no olvidamos.

Y para eso están los poemas, para viajar con ellos, para sacudirnos del horario y aprendernos de memoria sus fachadas, los números de sus casas, la costra de sus paredes, la mirada de alguien asomado a una ventana, los ruidos de los objetos en una cocina, la curva de un río y los olores urbanos de un lago.

Alguien regresa a casa en el último poema de un libro. Verónica Jaffé lo hace:

“Un viaje es el avión de regreso

donde se evocan tragedias,

incendios, desastres,

cilindros torcidos,

fragmentos y piezas dispersas

bañadas por las aguas

de un mar cercano,

despojos de vida, de muerte,

de baba grumosa:

un viaje es un vieja es un viaje

de fantasías insinuadas

por una palabra, un origen”.

A un paso del tiempo, una selva esperaba ese viaje. La lectura inversa, la lectura parte de la última hoja del libro y subyace en cualquier otro poema que diga lo contrario. La poeta ha viajado, ha recorrido un país inmenso. Se ha paseado por Iowa, Massachussets, New Jersey, Kansas, Florida, Minnesota, Chicago, Caracas: Los Palos Grandes, la Avenida Don Bosco, Sebucán, Naiguatá. Ha vivido. Ha viajado. Ha escrito un libro de poesía en el que las palabras se esparcen al final como si se tratara de un accidente aéreo. La dispersión del viaje, más allá de la vida y de la muerte.

2.-

Ese poema, el citado arriba, me hace invitar a Enrique Molina, el del poema “Se va siempre muy lejos”. Verónica Jaffé ha trazado la ruta de “El largo viaje a casa”, publicado por Fundarte, en Caracas en 1994, y don Enrique dejó el suyo recogido en “Obra poética”, la antología que Monte Ávila publicó en el año 1978. Se rozan, son dos poemas que se imbrican en un viaje, en un motivo que los hermana:

“El ómnibus se escurre y el clima de la ruta

cambia el sol y la luna por mi sangre y mi aliento

entrega sus lugares fanáticos,

entre montañas, entre bananeros

-sólo un momento para devorar un sándwich-

viajamos juntos hacia el mar:

ya todo está listo para el funeral del recuerdo”.

Con ese mismo ímpetu, la lectura se enlaza, se hace una sola. El viaje de regreso al lugar del origen, a la casa, al país o a la sombra. O a la memoria que una vez quedó pendiente en una esquina o en una oración que no se dijo para evitar nombrarse.

3.-

Para viajar, para adentrarse en este viaje, Jaffé se hizo acompañar de Elizabeth Bishop, Adrienne Rich, Elly de Waard, Ingeborg Bachmann, Marilyn Hacker, con quienes coparte versos, en una suerte de poemas dentro de poemas: poemas uterinos que comparten espacios amnióticos.

Nuestra poeta viaja con ellas, lee con ellas, recita con ellas, pero mucho antes, de entrada regala un “Consejo” a los lectores:

“Nunca confíes en poetas/ los poetas no hablan/ escuchan// callados se esconden en las esquinas/ y nada comparten/ de la comida dispuesta en la mesa// nunca confíes en poetas/ después de la cena/ de las palabras/ recogen las servilletas/ y van a sus casas/ y escriben/ sobre la mesa/ sobre el asado/ sobre las discusiones// nunca confíes/ pues son sigilosos/ tomadores de alcohol/ y escuchan// nunca confíes en poetas/ los poetas van a sus cuevas/ escriben cuidado/ cuidado con los poetas/ nunca confíes// escúchame a mí”.

Los poetas, pero la poesía se escurre, se pasea por universidades, teoriza, es leída en público, traduce imaginarios, estaciones, se reconoce hija de un anciano de Walden Place, en Iowa City. El poema viaja. La poesía pregunta, habla, discurre. Es definida, desnudada:

“Los poemas, pienso, / son incomprensibles: / más aún si en lengua extranjera, / pues mastican con oído musical/ o ritmo acompasado/ racimos completos/ de imagen tras imagen. / El conjunto se declara como poesía”.

Y he aquí que aparece –como en otras ocasiones- la tesis de Octavio Paz: poema y poesía, dos presencias distintas.

4.-

Insiste esta voz en frecuentar el poema como sujeto de indagación, como personaje que expresa su poder a través de “la palabra/ de la muerte”. El viajero, el que anda en el poema, recorre senderos, carreteras, “estaciones de servicio y ventas de comida”. El viajero/ poema también se alimenta, se mira en “las caras demacradas de los habitantes”. También siente, en la Tercera Avenida de Nueva York, “el miedo de ser medio judía,/ siento humedad en la mejilla/ y recuerdo el coraje grave/ de su voz cansada/ señalando tristemente/ la resurrección/ de los odios del pasado”.

Quien habla se duele, no deja de mirar hacia atrás, hacia el dolor, el sufrimiento de sus antepasados. Y para no alejarse, para no dejar de ser plural “Recitamos versos de otros, versos, versos, // en otros idiomas/ que es como inventar –ahora- la vida a través de otros ojos, / de los tuyos”, de aquellos que fueron vaciados, cegados, enterrados y recordados siempre. Voces de otras, de otras mujeres que también recuerdan su pasado a través de la poesía, y se pregunta: “¿Qué homenaje puedo ofrecer yo/ cuando utilizo las palabras de otra/ señora lejana?”.

5.-

El viaje de regreso pasa por todas las voces de las poetas arriba señaladas, pero el poema pasa también por el propio poema, por su cuerpo para poder ser la representación del viaje, porque un poema –ya ha sido dicho- es un viaje en sí mismo.

Bajo las nubes, con la mirada puesta en la altura, “el cielo/ tiene el color de la carne cruda. Yo/ escribo poemas y sano, escribo y sano…”, los trazos de la escritura como terapia, pero en grupo, en la compañía de los versos ajenos que contiene la matriz de este libro. Un libro que flota, que se anima desde la necesidad de condensarse en el espíritu de quien lo diseña: “”el agua el poema es la bestia, marea y marea/ de adentro estancadas sedientas”.

La poesía continúa su labor: viaja, se detiene en el portal de una casa, pasa por Naiguatá y se pregunta:

“¿Y si la poesía fuera/ simplemente/ esa acción que cumple/ alguien, / un poeta, / y que otros hombres y mujeres/ a su alrededor,/ y antes/ hace mucho,/ han creído oportuno/ titular poesía?”.

La duda es también una constante, un viaje, sí: “Un viaje es un viaje es un viaje ¿es un viaje?/ Un viaje se inicia con vagas fantasías/ suscitadas por un nombre: Imataca…”, y se convierte en tierra natal, viaje interior en la geografía que lo hace decir: “Piensa en el largo viaje a casa. / ¿Debimos quedarnos en casa y recordar esto?/ ¿Dónde deberíamos estar hoy?”, y siguen las preguntas que la poeta Bishop intercala en el poema de Jaffé.

Un nombre propio que recuerda “el campo de concentración/ en Dachau, Baviera”, y luego la mirada en Tumeremo, en El Callao, la otra tierra, la nueva, a la que se regresa luego de un intenso y largo viaje.

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