Más mujeres en la investigación agrícola III
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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De manera reciente pude conocer el Departamento de Nariño en Colombia para realizar un pequeño recorrido de campo en los sistemas agroalimentarios de la zona de Ipiales. Lo relevante del asunto que concierne a esta columna fue el equipo de trabajo, integrado por varias mujeres. Las mujeres en la investigación agrícola tienen un papel importante en la profundidad y significancia de las interpretaciones que se realizan, en el aprendizaje colectivo, así como en el personal. La MC Jessica González, una ingeniera en agroecología que realiza actividades de conservación de maíces nativos y las licenciadas Janeth Bolanos, Lilian Alpala, y la ingeniera Andrea Pinzón, completaron el equipo, junto con Jeisson Rodríguez, José Ángel Álvarez y Nestor Romero.
La profesionalidad no tiene género, pero hay detalles que sobresalen, tanto de origen, como de perfil competitivo. En el caso de Jessica y Janeth, ambas partes de un centro de investigación especializado cumplen con sus labores de manera eficiente, ingeniosa, con profundidad, tanto en las acciones en campo, la discusión en espacios públicos, y la gestión de recursos desde lo administrativo. Andrea, una emprendedora del sector que incursiona en la investigación rural, que, si bien no tiene una formación académica directa, a aprendido a conversar y desentrañar el complejo mundo rural junto con su esposo Jeisson. Lilian fue la integrante más disímil, en apariencia, por su carácter de formadora y maestra, además de su origen indígena. Justo esta diversidad es un atinado proceso de evolución para el trabajo agrícola. Un tanto buscado, otro tanto por sensibilidad social, la configuración de este equipo es una muestra de la eficiencia de procesos orgánicos de integración de equipos multidisciplinarios. El perfil técnico de Jessica, el administrativo de Janeth, y las relaciones públicas de Andrea configuraron en una primera instancia una dinámica para gestionar conversaciones, para abrir espacios de discusión, de aprendizaje. Lilian fue una necesidad obvia, si se tiene cuidado de los detalles.
A Lilian la conocieron en una charla con productores, participativa e interesada por mejorar las condiciones de su vereda (localidad). Maestra indigenista, con credenciales y experiencia en educación, se adhirió con la invitación de participar como uno de los pilares que normalmente los hombres dejamos desatendido por ignorancia: a las mujeres con hijos pequeños. El papel de esta joven maestra puede parecer una curiosidad, pero cubre una verdadera necesidad que normalmente dejamos desatendida en las planeaciones de actividades en el sector rural. Y es que se vuelve obvio cuando se hace notar que muchas veces la participación de las mujeres, jóvenes o no, se ve limitada o impedida por los trabajos como cuidadoras, un pesado rol de género que restringe tanto el tiempo como la distancia para participar en cualquier actividad, e incluso, restringe la atención o la libertad de participación al tener que estar al pendiente de esas pequeñas criaturitas tan ansiosas del caos como son los niños. Esta cuarta carta vino a completar el necesario póker de investigadoras del que el equipo dependía, no por hacer menos a los compañeros, sino por la serenidad, la frescura, y la humanidad que añaden a las métricas y agendas de esta clase de trabajo.
Se aboga mucho por la participación de las mujeres, pero poco se hace por romper con las barreras que coartan su libre integración. Además, equilibran las discusiones con esa manera tan femenina de apagar las voces fuertes y desparpajadas de los espacios tradicionalmente legados a los hombres. Para poder darle una oportunidad equitativa a las mujeres del sector, se deben proveer herramientas y espacios que sean proclives para alcanzar esas metas. Lilian trabaja con los niños, aprendiendo sobre el maíz y frijol, mientras sus compañeras guían las reuniones y resuelven las situaciones que suceden al momento. Los compañeros, también versados en los apartados técnicos, dan soporte sin tomar un protagonismo innecesario, manifestando el equilibrio que el trabajo necesita. De dónde vino la idea de integrar a Lilian en los recorridos, no es relevante, pero es imperdible considerarla a ella, y muchas otras mujeres con conocimiento tradicional en sus comunidades, que más allá de los apartados técnicos, pueden aportar a la tarea de construir conocimiento conjunto con las comunidades rurales. El equipo que ellas han construido se vuelve fundamental no sólo al ser eficientes, sino, conscientes, más allá de un discurso político, donde a ningún testigo le quedan dudas de su importantísimo papel en el desarrollo rural. Ellas, apenas sin buscarlo, fincan una metodología oportuna que no sólo abre puertas, sino que se pueden convertir en modelos a seguir por todas aquellas pequeñas que un día habrán de ejercer la agricultura.
