Editorial

Los amores que he dejado ir XI – Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Los amores que he dejado ir XI

Ernesto Adair Zepeda Villarreal

Fb: Ediciones Ave Azul X: @adairzv YT: Ediciones Ave Azul Ig: Adarkir

 

De entre todas las especies de mamíferos, el ser humano es uno de los que más tarda en madurar, en el sentido de la independencia y una especie de eficiencia. Algunos biólogos evolucionistas manifiestan que se puede deber a la complejidad del desarrollo del cerebro humano, con ciertas habilidades que requieren de un mayor tiempo de desarrollo. Los sociólogos exponen que también hay procesos sociales que alargan o acortan la infancia, y con ello, el desarrollo cognitivo de los individuos atados a un momento histórico determinado. Y los psicólogos afirman, que las mujeres maduran mucho antes que los hombres. En cualquier caso, el meme es certero, un hombre rara vez entenderá una indirecta, ya sea por falta de desarrollo, anticipación evolutiva, o la mera sonses. En cualquier caso, es agua pasada. Así ocurrió con una bella dama que conoció una de las versiones menos claras de mí mismo.

Transcurrían tiempos curiosos donde se experimenta entre abandonar la adolescencia y comenzar las responsabilidades adultas, sin soltar el cobijo del alma mater. Allí nos conocimos, más por casualidad que por convicción. Claro que la había notado antes, pero hasta el fortuito gesto de prestarle un sombrero para que se abanicara a mitad del verano, no había ningún motivo de interacción. A partir de allí, gesto que no fue ni siquiera pensado, aunque me encantaría colgarme esa maquiavélica medalla, comenzó una charla ligera, que fue acrecentando a pequeños encuentros entre pasillos y apretadas agendas de clases. Algunas conversaciones esporádicas, saludos amables, y cierta inexperiencia en relacionarse con personas desconocidas. Es complicado desprenderse de la comodidad de la distancia social y de la rutina, de tender puentes, de hallar puntos medios o intereses compartidos. Qué desgaste, pues.

Lo cierto es que en aquellos momentos poco entendía yo de sus palabras, y menos aún de los significados que se decantaban hábilmente en la elección de palabras; cruel paradoja. Tardé un tiempo en entender algunas frases, en codificar las caricias envueltas en las letras, en hilvanar aquella trama compleja del mensaje que me ofrecía con interés. Más vergüenza da reconocer la torpeza propia que no haber aprovechado una oportunidad. En especial los hombres, que tenemos una especie de lag sensorial entre el momento y el portento. Tal vez parte de la explicación es que los hombres pensamos de una manera más lineal, inmediata, entre la causa y el efecto. Tal vez las mujeres piensan más en una especie de nube etérea que puede cobrar formas y densidades de acuerdo a la circunstancia, la posición astral y la complicada química social. El resultado es el mismo, en cualquier caso. Pero no me causa la menor amargura.

Sí, el mundo pudo ser más interesante entonces, aunque no necesariamente la mejor versión posible. El deseo no se basa últimamente en la posesión inmediata, sino en el juego de sombras que la conversación. Me daba gusto encontrarla por casualidad en la ciudad tiempo después, y adivinaba en sus ojos una ternura castaña, que ahora me parece más un gesto condescendiente ante la falta de habilidades de socialización. Cuando menos escribí un par de textos de los que no me avergüenzo, y es un aprendizaje que me ha hecho valorar mis cualidades analíticas, marcando la pausa de esa ceguera que a veces ni siquiera se sospecha. También contribuyó para bien o mal a la construcción de mi identidad, al canon incrustado en una vena literaria tan específica, al mito auto contado frente al espejo.

Quizá eso explica el mito social tan divisivo entre nuestros tiempos de las brechas de edad en las relaciones personales, porque el hombre se permite bobear más tiempo a causa de no enfrentar un reloj biológico tan implacable; o tal vez sea una encima en la corteza cerebral; o saber que el canon de belleza nos afecta menos al no estar pendientes de cada arruga. Cual fuera la explicación, si un día alguien es tan ocioso de investigarlo formalmente, poco aporta ahora, más que la reflexión a quienes vengan después y por accidente puedan encontrar esta colección de soliloquios poco relevantes. Tardamos en crecer, mientras ellas se apuran por vivir. Esas mezclas dan pie a grandes historias o estruendosas tragedias. Escribo con nostalgia, poca, más con la vergüenza de reconocer que no fui el can más listo de la manada. El mundo continuó dando sus vueltas, conocí nuevas personas, nuevos sitios.

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