Editorial

Ganamos el premio mayor y no nos hemos dado cuenta – Enrique Quintana

Es increíble que en diversos ámbitos no se haya caído en cuenta de la enorme suerte que tiene hoy la economía mexicana. Ha sido casi como sacarse la lotería.

Le explico.

Pocas ocasiones en cada siglo, el mundo cambia la forma en que se organiza la economía, y en esta década estamos en una de esas coyunturas.

Desde la caída del bloque soviético a finales de los 80 en el siglo pasado hasta el final de la década pasada, el mundo aceleró lo que podría denominarse el proceso de globalización.

Entre 1989 y 2016, el volumen de las exportaciones globales creció 339 por ciento. Eso implica un ritmo promedio anual de crecimiento del comercio mundial de 4 por ciento.

De 2016 hasta el cierre estimado de este año, el ritmo promedio de crecimiento de las exportaciones globales descendió a 2.6 por ciento.

En buena medida, el mayor crecimiento de la etapa anterior estuvo asociado a la integración a los circuitos económicos de China y el exbloque soviético, que contribuyeron a que la globalización se consolidara.

No solo hubo comercio creciente, sino que las cadenas de suministro global le dieron la vuelta al mundo.

En particular, China se convirtió en una especie de hub global de las manufacturas.

La economía de China creció en este lapso a un ritmo promedio anual de 6.6 por ciento.

En cierta medida, la etapa de la globalización empezó a declinar en el año 2016 con el triunfo del referéndum que autorizó el Brexit y el triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre de aquel año.

De la globalización empezamos a movernos a la regionalización, lo que se acentuó de manera clara con la erupción de la pandemia de covid y la invasión rusa a Ucrania.

Empezó a surgir un impulso a acortar las cadenas de suministro o desarrollarlas solamente sobre canales más confiables.

A nivel global, este proceso tendrá un costo para la economía mundial, que se volverá menos productiva.

Pero el mayor impacto se lo está llevando la economía de China. Su ritmo de crecimiento medio ya fue de 5.3 por ciento en este lapso, pero con una marcada tendencia a la baja.

Este es el gran contexto de los diversos procesos de relocalización manufacturera que hoy estamos viendo a nivel global.

Son muy pocos los países que eventualmente se pueden ver beneficiados por ellos en cuanto a inversión, empleo y crecimiento.

Tal vez algunos de Asia, como Vietnam, que aprovechen el llamado friendshoring. Desde luego Estados Unidos, cuya política industrial, desde Trump y ahora con Biden, busca incentivar el regreso de plantas industriales a ese país (el llamado reshoring), y desde luego México, donde se pueden conjugar tanto el nearshoring como el friendshoring.

La ubicación geográfica y la existencia de un marco jurídico expresado en el TMEC son factores cruciales para que México se convierta en un caso prácticamente único a nivel global, en cuanto a la oportunidad de atracción de inversiones.

Esta oportunidad tiene fecha de caducidad. No va a ser permanente.

Se trata de un proceso cuya duración es incierta pero que difícilmente va a ir más allá de esta década. Es decir, en el mejor de los casos nos quedarán seis años para aprovecharla y lo más probable es que sean tal vez menos de cinco años.

¿Y cómo aprovecharla?

Creando las condiciones para que las evaluaciones de las empresas que estudian opciones de relocalización no desechen México por carencias de infraestructura, problemas con la existencia de mano de obra calificada en volúmenes adecuados, temas vinculados con certeza jurídica y la inseguridad, o por la falta de un suministro de electricidad proveniente de fuentes renovables en cantidad adecuada y proporción creciente, y con una red de transmisión moderna, por citar solo algunos casos.

El tren de la relocalización ya está en marcha, de nosotros como país depende si muchos lograrán subirse o solo será —como ha pasado en otras etapas de nuestra historia— solo una pequeña parte del país.

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