El hombre de Pet-Boo, de Abel S. Badillo
Ernesto Adair Zepeda Villarreal
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Recientemente tuve la oportunidad de conocer al escritor Tamaulipeco-Estadounidense, Abel S. Badillo en la hermosa ciudad de Morelia, en Michoacán, México; junto a otras interesantes personas. Y gracias a él puede conocer su libro ´El hombre de Pet-Boo´, editado en 2017 por QM Editorial en Elkhorn, EE.UU. La imagen de portada es de Claudia Andrea González Vega (Chile), el prólogo de Carlos Jesús García, y la maquetación de Àngels Martínez Soler. El libro cuenta con 21 narraciones breves, distribuidas en 86 pp, que exponen la forma de escribir de este tamaulipeco, que, siguiendo la melancolía del campo norteño, del desdibujo entre las fronteras, y de la nostalgia bucólica por el pasado.
El estilo del autor es directo, sencillo, y se basa en los recuerdos para abordar difíciles situaciones por las que sus personajes tienen que atravesar, desde lo místico hasta la violencia del narcotráfico, con un fuerte componente de las promesas que no se llegaron a cumplir jamás. A lo largo de sus 21 cuentos, vamos conociendo a los personajes, que a veces se cruzan en el espacio y el tiempo, y que desnudan la ruralidad mexicana, tan universal. Unos de los cuentos que más me gustaron fueron los de ´La milpa´, ´La escalera que sólo servía para subir´, ´Por aquí va a pasar el tren´ y ´El comisariado ejidal´. Y la razón de que me gustaran es el ambiente que inmediatamente se entrega al lector, y la forma casi instantánea de sentirse parte de su universo. La forma de contar sus historias es la de nostalgia, la de ver los cambios sin poder hacer nada contra ellos, más que darse cuenta de que ya pasó mucho tiempo de ese punto, y que no se ha de poder regresar jamás. A su manera, son cuentos campesinos, Rulfianos si se permiten, pero no dejan de buscar la esperanza de que algo se puede hacer, cuando menos al recordar.
En el cuento de ‘La Milpa’ aparece el abuelo del narrador, y nos deja entrever la manera en que es la vida rural tamaulipeca, su simpleza, su tradición del dolor, del respeto, de la lucha por defender lo que es de uno. Y ese tono atraviesa las narraciones, uniendo los distintos puntos de la comunidad por sus caminos, por sus habitantes, por sus dolencias. En ‘La Escalera que sólo Servía para Subir’, hace uso de la elegante sátira para retratar la singularidad de los campesinos de nuestro país, la inocencia, y quizá el mayor de nuestros pecados, no ir más allá de lo simple. En el ‘Comisariado Ejidal’ resalta la carencia humana en su máxima exposición, la traición, el derroche del capital humano sin la menor explicación, algo tan ridículamente real que pasa más por crónica que como cuento. Pero es la narración de ‘Por Aquí va a Pasar el Tren’ la que mayor impacto me causó, tanto por su desarrollo, como por su unificación dentro de todo el libro. De nueva cuenta, el personaje central es el abuelo del narrador, que expone las entrañas de sus esperanzas ante su nieto, con vergüenza, pero que al mismo tiempo decanta la amargura del campesino, de las promesas rotas, de estar siempre esperando el mañana. La esperanza no muere, pero sí las personas, y los recuerdos son una corona terrible que se calza en la memoria.
Mucho se puede hablar de los demás cuentos, pero es mejor descubrir por uno mismo esas historias. Viajar junto al autor por ese idílico paraíso extraviado en las planicies norteñas, y encontrar el hilo que conecta a cada uno de los textos con los demás, desde las maldiciones hasta el destino manifiesto de sus habitantes. En esta compilación de cuentos podemos encontrar a un autor que no se precipita en escribir abundantemente, pero que se esmera en pulir lo que nos cuenta, y cuyo cariño por sus textos se va sintiendo a lo largo del libro, hasta que la última de las páginas se cierra. Porque como el mismo autor lo manifestó públicamente, hay mucha literatura en Tamaulipas y en Estados Unidos, en español, que está esperando a que sea descubierta y compartida, mostrándonos esas otras formas de la mexicanidad, de la interculturalidad, que hay del otro lado de nuestra frontera.
Y el campo, el campo siempre es el mismo, esa piedra caliente que se carga en la espalda, y que reconocemos tan nuestra sin importar las características de los personajes. Porque como ya se ha dicho, somos hijos de Pedro Páramo, y está en nuestra cultura sentir ese gusto por lo bucólico, esa nostalgia de las tierras destruidas, de los hombres arrasados junto con sus campos, y por qué no, temerosos de lo nuevo, de lo distinto, de lo que no comprendemos. Un libro de lectura ligera pero profunda, que se sostiene por sí mismo.