CRÓNICAS DEL OLVIDO
ANA CRISTINA CESAR, ANTOLOGÍA POÉTICA
ALBERTO HERNÁNDEZ
1.-
¿Quién es ella? ¿De dónde salió? ¿Cómo hizo para volar hacia el olvido, hacia las nubes, hacia un libro cerrado? ¿Quiénes de tantos la recuerdan o la han citado a tomarse un café o a verle los nervios agitados?
Las preguntas podrían tener respuestas, pero son tantas ellas que Ana Cristina Cesar (1952), brasileña, joven suicida (1968), poeta grande y llena de nervios, sigue en su libro “Ana Cristina Cesar, Antología Poética”, que así se titula, publicado por la editorial Planeta en la Colección Thalía y Erato, en 1989, en Caracas, gracias al apoyo del Centro de Estudios Brasileños de la Embajada de Brasil. La traducción es de la poeta venezolana Alicia Torres, quien es autora de un poemario titulado “Fatal” (Fundarte, 1988) y escribiera en el Diario de Caracas y en la extinta revista “Imagen”.
Este es un libro que no se resiste a ser silenciado. Una lectura necesaria, para decir lo menos. La lectura de una mujer que se agarró de la vida hasta sus 31 años. A esa edad decidió irse definitivamente, como tantas poetas que son viajeras permanentes sin necesidad de pasaporte.
En esta antología están contenidos sus libros “Escenas de Abril”, “Guantes de Cabritilla”, “A tus pies” e “Inéditos y dispersos. Una colección valiosa de su angustia, de su inteligente búsqueda con las palabras. De su tensión mortal. Y de su atención eterna.
2.-
De ritmo lacerante, así define Alicia Torres la poesía de Ana Cristina Cesar, y sigue:
“Su muerte temprana le da un aire dramático que resulta artificioso a cualquier relación que se haga sobre su vida (…) La poesía de Ana Cristina es poesía del desarraigo: ´nada es nacional´. Ni siquiera el propio cuerpo es un cielo que pueda consolarla. Se intranquiliza con su propia bellaza. El cuerpo pasa a ser, en ocasiones, el antagonista, ligeramente teatral para sí mismo”.
Este prólogo de la poeta venezolana desnuda a Cesar. Dice de ella y de su poesía, de su cuerpo que quiere ser intocado, alejado de la mano ajena. Siempre a la búsqueda de la huída, de irse a algún lugar en tren, en avión, en un carro, en barco, pasar su ánima por la línea telefónica. Escapar de ella misma, irse en un tranvía para siempre.
La ruta del poema es su propio cuerpo, sujeto a la palabra. El poema quiere huir con ella, porque es ella hecha texto, puro texto de la calle y de la intimidad. Una concepción que la hace humana, muy humana:
“Miro mucho tiempo el cuerpo de un poema/ hasta perder de vista lo que no sea cuerpo/ y sentir separado entre los dientes/ un hilillo de sangre/ en las encías”.
El ritmo, su velocidad, dice de las ganas de no estar, de viajar siempre. De hacer de un lugar fijo una huella. Y nada más. El dolor es parte del viaje, de la constancia vital.
“FISONOMÍA:
No es mentira
es otro
el dolor que duele
en mí
es un proyecto
de paseo
en círculo
un malogro
del objeto
en foco
la intensidad
de la luz
de la tarde
en el jardín
es otro
otro dolor que duele”.
Y duele el texto, su muerte circular. Su poema permanente.
3.-
“La maldad de escribir”, así se calca, se define en su oficio, el que la catapultó a los lectores de su país y luego a quienes la fijaron en sus pasiones y luego en su prematura muerte. Como si escribiera cartas, como si enviara telegramas al silencio, a la calle, la autora carioca se eleva con una poesía donde el “pathos femenino”, como señala Torres “siempre consciente, autoirónico (…) es eternamente una tentación en la que cae con placer…”.
“Por desafío del deseo/ insisto en la maldad de escribir/ pero no sé si la diosa sube a la superficie/ o si tan sólo me castiga con sus aullidos/./ Desde la baranda de este barco/ deseo tanto los senos de la sirena”.
El dolor de vivir, de ser secundada por las acciones que concitan su mirada con lo que ocurre en el mundo real, en la política de su país y en su interior conmocionado. Hace de su ahogo una manera de explorar y explotar.
“Hubo unpoema/ que manejaba su propia ambulancia/ y decía no recuerdo/ ningún cielo que me consuele,/ ninguno,/ y salía,/ sirenas bajas,/ recogiendo los restos de las conversaciones/ de la señoras…”
El tiempo la llevó a someterse a los deseos de desaparecer. Desde este poema, titulado “Cómo rasurar el paisaje”, se advierte el colmo dela existencia:
“La fotografía/ es un tiempo muerto/ ficticio retorno a la simetría// secreto deseo del poema/ censura imposible/ del poeta”.
Continúa la idea, continúa fajada con las palabras, con el texto que conjura, reclama, enfrenta. El poema, personaje anclado en ella como ella:
“Yo pienso/ la cara débil del poema/ la mitad en la página/ rota/ Pero callo el rostro duro/ flor apagada en el sueño/ Yo pienso/ el dolor visible del poema/ la luz previa/ dividida/ Pero callo la superficie negra/ pánico inminente de la nada”.
Sigue el curso de su poesía. Leído o leída, la voz de esta mujer continúa abierta a las posibilidades del tiempo. No basta su geografía. No basta su aventura vital o su suicidio. El poema se mueve como un animal. Brilla como un relámpago a punto de apagarse. Regurgita como una bestia herida. Entonces vive.
Otro texto para seguir con ella:
“Nochebuena. / estoy bonita que es un desperdicio. / No siento nada./ No siento nada, mamá./ Me olvidé/ Mentí de día/ Antes sabía escribir/ Hoy beso a los pacientes a la entrada y la salida/ con desvelo técnico./ Freud y yo peleamos mucho. / Irene en el cielo desmiente: dejó de/ coger a los 45 años (*) / Sin embargo soy una muchacha/ que estrena un pico fino que anda feo,/ pisa más de lo que debe,/ me lleva indeseable cerca de las/ botas negras/ quien sabe”
(*) Alude a un poema de Manuel Bandeira, “Irene no céu”.